Jeb Bush y el fracaso de una legendaria dinastía
Los Bush llevan un siglo hablando duro en la política estadounidense
Los Bush llevan un siglo hablando duro en la política estadounidense.
En los últimos treinta años, dos hombres con ese apellido llegaron a la Casa Blanca. Pero el heredero aparente de la dinastía, Jeb Bush, acaba de sufrir tal vez la derrota electoral más humillante que haya afrontado la familia más poderosa del conservatismo estadounidense.
Luego de obtener un desolador cuarto puesto en la elección primaria republicana de Carolina del Sur, Jeb abandono el sábado en la noche sus esfuerzos por obtener la nominación de su partido a la candidatura presidencial.
Los Bush son lo que en un país latinoamericano se llamaría “gente bien”. Familia de abolengo, modales distinguidos. Una educacion de elite.
Y la actitud sosegada y medio despreocupada de quienes han estado acostumbrados a honores y responsabilidades que les llegan casi por derecho propio.
Por lo que no puede ser más notorio el contraste con los tres competidores que lo enviaron al destierro electoral.
Este sabado, Donald Trump, el multimillonario empresario de actitudes farandulescas e incendiario usuario de las redes sociales, cimentó su posición a la cabeza de la carrera en el Partido Republicano con su nueva victoria en Carolina del Sur, sin que haya hecho mella en su popularidad la estela de insultos que deja a su paso contra mexicanos, musulmanes, chinos, veteranos de guerra y otros.
El arranque
Todo parece indicar que los últimos obstaculos que se atraviesan entre Trump y la nominación republicana son dos jovenes congresistas cubanoestadounidenses.
Uno de ellos es el senador por Texas Ted Cruz.
El otro, más joven aún, es Marco Rubio. En la noche del sábado, resultados preliminares lo ubicaban en la segunda posición de los comicios en Carolina del Sur. Lo que parece consolidarlo como el candidato del “establecimiento” moderado de su partido, los que no están cómodos con las posiciones radicales de derecha de Trump y Cruz.
Una posición que era precisamente la que quería ocupar Jeb Bush.
Cuando lanzó su campaña a mediados de 2015 parecía el candidato inevitable de su partido, gracias al apoyo récord de grandes donantes, la red de contactos familiares y una fama de ser el más inteligente y capaz de su dinastía, fortalecida por un felizmente recordado periodo como gobernador de Florida entre 1997 y 2007.
Cuando el fenomeno Trump despegó, Bush buscó desesperadamente ubicarse como el candidato “razonable” frente a las posiciones controversialmente derechistas de su rival. Por lo que buena parte de su campaña se dedicó a atacar no a Trump, sino a Rubio.
La esperanza era derrotarar al congresista cubano en las primeras primarias para que la carrera republicana se redujera a una competencia entre Trump y Bush, que Jeb esperaba ganar eventualmente.
El “recién llegado”
La derrota ante Rubio tiene que haber sido especialmente dolorosa para Bush, dado que el cubano había sido hasta hace poco su aprendíz, a lo sumo un lugarteniente y eventualmente un heredero, pero no había sido considerado un rival político serio por Jeb.
Ambos viven en Miami, a 5 minutos de distancia. Jeb en un barrio más exclusivo, Rubio en un distrito más de clase media.
Mientras Bush, hijo y hermano de presidentes, ocupaba la gobernación de Florida, Rubio, el hijo de un barman cubano, escalaba posiciones en la política municipal y del estado, a veces con el patrocinio del mismo Bush.
Cuando en 2005 Marco Rubio se convirtió en el primer hispano en ser nombrado elegido presidente de la Camara Baja de la legislatura regional de Florida, el mismo Jeb Bush ofreció el discurso congratulatorio.
Bush concluyó sus palabras ofreciéndole ante el público un sable ceremonial, con el que, según sus palabras, ungía al joven Rubio como un guerrero de las ideas conservadoras.
Un sable que, dirán algunos, Rubio enterró de manera simbólica en su antiguo mentor años después al atravesársele en la carrera por la Casa Blanca.
Cuando Rubio anunció su propia candidatura en 2015, aseguran los medios estadounidenses, muchas voces en la campaña de Bush lo vieron como una insolencia de parte de un recién llegado a la política que no sabía esperar por su turno ni respetar a sus “mayores”.
Al final, dirán otros, Bush se clavó el sable él mismo con una campaña mediocre que dejó en claro la falta de carisma del candidato, especialmente al enfrentarse en debates televisados a gladiadores verbales como Trump, Cruz y el mismo Rubio.
Bush quedó con un apodo tristemente célebre, puesto por Trump al final de una de sus salidas en falso en los debates: Jeb era el candidato de “baja energía”.
Tampoco pudo nunca deshacerse de las complicaciones originadas de su ilustre familia.
Al principio dijo que él era un hombre independiente, con sus propias ideas, pero ante el asedio de los periodistas, no se atrevió a dar una posición clara sobre la controversial decisión de su hermano, el presidente George W. Bush, de ir a la Guerra en Irak en 2003.
Al final, en medio del desespero, terminó reclutando al exmandatario e incluso a su nonagenaria madre, Barbara, para que hicieran campaña por él. Pero su estilo siguió siendo visto como árido, indeciso.
En un momento tristemente célebre, al final de uno de los discursos que pronunció, imploró a una audiencia devastadoramente silenciosa que lo aplaudiera.
Una carrera en entredicho
La carrera de Bush, por tanto tiempo imparable, ha quedado en suspenso.
Jeb Bush se preparó por muchos años para el poder.
Luego de graduarse de la aristocrática escuela de Andover, sorprendió a su familia al casarse con una mexicana, Columba, y terminó sus estudios en la Universidad de Texas.
Trabajó como empresario e incluso pasó un tiempo en Venezuela en la representación de un banco estadounidense, antes de mudarse a Florida, donde fue elegido gobernador en 1998 y obtuvo la reelección en 2002.
Hoy sus aspiraciones presidenciales se han desvanecido.
Con su derrota, queda el camino allanado para que Cruz y Rubio sigan disputándose con Trump la nominación republicana en 2016.
Pero nadie cree que sobre los Bush se haya dicho la ultima palabra.
El hijo mayor de Jeb, George, se mudó a Texas para seguir el negocio familiar: la política.
En 2014 fue elegido comisionado de la oficina de tierras del estado, una posición más bien humilde. Algunos ya lo ven como un futuro candidato presidencial.