Insólito: el gol de Huracán anulado por una acción de fair play

El arquero de Peñarol se distrajo para atender a un rival y el árbitro detuvo el juego justo cuando un delantero de Huracán pateaba al arco vacío

Hay una delgada frontera entre la caballerosidad que merece respeto, y la ingenuidad que provoca la carga de ironías humillantes.

El fútbol es un deporte inventado en el mundo desarrollado, en un rincón de la tierra en la que el honor de caballero tiene un valor destacado por la sociedad, en forma positiva.

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Pero fue en la cuna del Río de la Plata donde ese deporte ganó la popularidad bulliciosa, el desparpajo que despierta locura linda, y que convirtió a esa competencia en la que genera mayor atención del planeta.

La picardía irreverente por sobre el respeto irrestricto a las reglas fue lo que alimentó pasiones.

No hay ovaciones ni suelta de papel picado o estruendo de cohetes, cuando un futbolista toma el balón con sus manos y lo acerca a un adversario al que ha tirado al piso por una falta involuntaria. Ni cuando pide disculpas y lo ayuda a levantar del piso.

Hay carcajadas contagiosas, griteríos efervescentes y festejos que hacen saltar el corazón del pecho, cuando el club de sus colores hace un gol fundamental ya pasado el tiempo límite de juego.

E incluso es más celebrado si fue hecho disimulando el uso de la mano, o empujando al arquero, sin que el árbitro lo perciba. La “mano de dios” o la patadita del diablo. O en posición adelantada.

El fóbal fue creado por los ingleses, pero el show de ese deporte fue inventado por los rioplatenses.

Une esa cosa pícara. No es casual que Argentina y Uruguay hayan jugado la primera final de una Copa del Mundo y acumulen enorme cantidad de copas entre selecciones y clubes coronados como mejores del mundo.

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Nada se compara con un “caño”, cuando el delantero amaga hacia un lado, y pasa la pelota entre las piernas de su adversario. Podía pasar por el costado, y tener el mismo resultado a efectos de tirar al arco, pero es aplaudido si humilla al rival pasando la pelota por debajo suyo.

La “moña” y el “sombrerito” son esos lujos de de barrio, de artista bohemios. Agarrar de la camiseta para que no salte, o maniobras similares que las cámaras de ahora registran como era imposible hacerlo antes.

La picardía de hacer un tiro libre antes que se forme la barrera, o de hacerse el distraído ante un silbato y mandar la pelota a guardar al fondo de la red. Eso es lo que se festeja. Al petitero rebelde, simpático, que se mueve al borde de las normas.

La hinchada explota con globos, papel picado, serpentinas, gargantas que se vuelven roncas, cuando el equipo sale a la cancha, pero no celebran jamás la bandera de color amarillo que dice “fair play”.

La “viveza criolla”, entendida como el conjunto de acciones, señas y actitudes de los rioplatenses, para mofarse de inmigrantes, tanos o gallegos, para enfrentar con gracia los ingleses o alemanes, ha sido patrimonio intangible de los argentinos y uruguayos.

Inexplicablemente, el joven arquero de Peñarol, Gastón Guruceaga, se expuso ingenuamente a la burla tenaz de hinchadas de clubes rivales.

Anoche, cuando Huracán le ganaba a Peñarol en el Centenario, a falta de cuatro minutos para terminar el primer tiempo y mientras el local se iba arriba con todo para empatar antes del intervalo, el estadio quedó mudo por unos segundos, con el temor de la hinchada local de que pasara lo peor.

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Fue en el minuto 41 del primer tiempo. Guruceaga agradecerá de por vida al árbitro mexicano César Ramos, que pitara para interrumpir el juego, cuando un delantero de Huracán se aprestaba a romper la red, mientras él asistía en un rincón de la cancha a argentino Ezequiel Miralles, que estaba en el piso.

Guruceaga vio que el juego seguía y que el balón se iba a su descuidado arco, cuando emprendió una loca -y también inocente- carrera, como si pudiera evitar lo peor. Fue gol. Pero anulado.

Antes que la pelota entrara al arco de la tribuna Colombes, el juego estaba interrumpido, gracias al pitazo de Ramos. Su decisión fue por respetar el “fair play” de Guruceaga. Pero la gente de Huracán protestaba porque había sido gol sin falta. No tenían culpa los del Globo, que el arquero aurinegro descuidara así su valla.

La hinchada de Peñarol, que sufrió la derrota, tuvo el alivio de que al menos zafó del escarnio por un gol de ese tipo, que hubiera recorrido el mundo. De aquella picardía y viveza con viso poco ético, a esta conducta caballeresca pero del pecado de la ingenuidad suicida.

El Centenario quedó en silencio por unos segundos. Y luego se sintió el soplo del alivio.

Vaya a saber qué pensó el juez mexicano para anular un gol bien hecho. Pero Huracán ganó igual. Y Peñarol, y su arquero, zafaron de la vergüenza. El tiempo ha pasado y el fútbol rioplatense ya no es el fóbal de otrora.

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