La aterradora manera en que los adolescentes están muriendo en AL
La región tiene la tasa de homicidios más alta del mundo, en ese grupo
No todos los casos están registrados. No todos los gobiernos quieren publicar la información. Y cuando algunos de ellos la comparten, su exactitud y actualidad son puestas en duda.
Lo cierto es que el problema se propaga como un virus letal.
“Todo lo que hemos ganado en este continente durante tantos años en prevenir las muertes de niños cuando son pequeños por cuestiones de salud como diarrea, desnutrición, lo estamos perdiendo cuando llegan a la adolescencia”, le dice BBC Mundo José Bergua, asesor regional de protección de Unicef.
“Ahora mismo, por ejemplo, en este continente estamos todos muy preocupados y corriendo detrás del zika. Vemos que se ha puesto en marcha una respuesta desde los Estados y las Naciones Unidas, lo cual -por supuesto- me parece perfecto, pero hay otros virus a nuestro alrededor que están instalados como es el caso de la violencia y la respuesta está muy lejos de ser satisfactoria, no está ni siquiera a la altura del problema”, indica el experto desde Panamá.
Y es que de acuerdo con los estudios más reciente de Unicef y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, América Latina y el Caribe es la región con las tasas de homicidios entre niños y adolescentes más altas del mundo.
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“Mi hijo tenía 18 años. El día que murió había salido con sus amigos. Iban en un taxi cuando dos atracadores los interceptaron. Como el taxi no paró, les dispararon y la bala le pegó a mi hijo en la nuca. Él iba sentado en el puesto del copiloto”, le cuenta a BBC Mundo, desde Colombia, Gentil Ortiz.
“Esto es lo más duro que le puede pasar a un ser humano”.
Y tras un largo silencio añade: “Enterrar a los hijos… Eso es devastador“.
Así como les había tocado a otros, lamentablemente ese día me tocó a mí: la víctima era mi hijo
Ramón, Venezuela
“A él me lo mataron hace tres años. Solo tenía 20 años”, dice Ana, una madre hondureña que prefiere no ser identificada. “Me lo confundieron. Venía de trabajar. Se estaba bañando y me lo sacaron del baño. Los mareros me lo mataron”.
“Eso no se borra nunca”, afirma tras disculparse porque se le quiebra la voz. “Este es un dolor que uno siempre lleva”.
“Mi hijo acababa de cumplir 18 años. Había salido con unos amigos a comprar algo en una bodega que queda cerca cuando unos malandros empezaron a echar tiros y le dispararon”, le indica
Ramón, desde Venezuela, a BBC Mundo.
“Generalmente cuando uno escucha los tiros, sale a ver quién es la víctima. Como sucedió muy cerca de la casa, me vinieron a avisar. Así como les había tocado a otros, lamentablemente ese día me tocó a mí: la víctima era mi hijo. No lo pude ver con vida, lo llevamos al hospital pero ya estaba muerto”, recuerda Ramón, quien, como Ana, prefiere no dar su nombre.
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“Hidden in plain sight” (“Oculto a simple vista“) es un análisis estadístico de la violencia contra los niños que incluye información de 190 países y que Unicef publicó en septiembre de 2014.
Considerado el estudio más completo sobre el tema hasta la fecha, el reporte asegura que, de acuerdo con estadísticas de 2012, en siete países de América Latina y el Caribe el homicidio es la principal causa de muerte entre varones de entre 10 y 19 años.
Se trata de Panamá, Venezuela, El Salvador, Trinidad y Tobago, Brasil, Guatemala y Colombia.
En esos países, el homicidio supera las muertes por accidentes de tránsito y enfermedades no transmisibles.
El estudio señala que los tres países con las tasas de homicidio entre niños y adolescentes más altas del mundo son: El Salvador, Guatemala y Venezuela.
En 2012, indica Unicef, más de 25.000 víctimas de homicidios en América Latina y el Caribe tenían menos de 20 años, “lo cual representó alrededor del 25% de todas las víctimas de homicidios en el mundo”.
El informe “Violencia, niñez y crimen organizado” de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, publicado en noviembre de 2015, también se hace eco de la situación: “más de una de cada siete víctimas de todos los homicidios a nivel mundial es un joven de entre 15 y 29 años de edad que vive en el continente americano”.
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Por 24 años, la profesora Julia Edith Cardozo Leal ha educado a niños y adolescentes de algunas de las comunidades más afectadas por la violencia en el municipio de Neiva, en el sur de Colombia.
“Yo calculo que por muertes violentas he perdido a más de 20 alumnos”, le dijo a BBC Mundo.
“Hubo una muerte que a mí me impactó mucho: un chico, que acababa de regresar de la escuela, estaba con su mamá y con su hermana fuera de su casa. Se encontraban hablando cuando llegaron dos sujetos en una moto. Uno se bajó y preguntó por el hermano de mi alumno. El chico respondió: ‘¿Qué quiere ñero si él no está?’ A lo que el sujeto respondió: ‘¡Ah es que para usted también hay. ¡Tome!’ Le disparó y lo mató frente a su mamá”.
Solo horas antes, el adolescente había estado en el salón de clase de Cardozo. Ella se enteró de lo sucedido a la mañana siguiente.
Carne de cañón
“Es muy triste oír las historias que los niños se cuentan cuando llegan a sus escuelas. Hablan de lo que pasó el día o la noche anterior: ‘Uy parche, gonorrea, vimos que en la casa del ñero tal entró la policía’ (…) A veces no quieren que uno escuche, se intimidan y se callan, pero en otras oportunidades nos cuentan lo que pasó”.
“Cuando empieza el enfrentamiento, ya sea con las autoridades o con un grupo rival, esos niños quedan en medio” Julia Edith Cardozo, Colombia
“En una ocasión, un chico me dijo: ‘Profe ¿supo cuántos tiros le metieron a fulano? ¿Se acuerda? El que le conté el otro día’. Otro niño me contó que vio cómo unos motorizados pasaron y dispararon una ráfaga por su vecindario. Esos testimonios son desgarradores y desgraciadamente frecuentes”.
Según la docente, en algunos sectores, los niños son usados por los delincuentes para vigilar el entorno en el que operan.
“Desde pequeños, les dicen: ‘Párense en la esquina y cuando venga la policía corren y nos avisan’ y a cambio les dan un dulce o la ‘bicha’, como llaman a una porción pequeña de marihuana. Pero cuando empieza el enfrentamiento, ya sea con las autoridades o con un grupo rival, esos niños quedan en medio. Muchos han muerto y otros han quedado discapacitados”.
Eso le pasó a una de sus alumnas: una niña a la que, para no poner en riesgo su vida, los médicos decidieron dejarle una bala que se le incrustó cuando dos pandillas se enfrentaban.
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Una bala perdida.
Esa fue la causa que mató a una niña de 5 años en Petare, uno de los barrios más peligrosos de Caracas.
“La pequeña estaba durmiendo en su camita cuando se desató un tiroteo en la calle. La bala traspasó la pared de su casa y le pegó directamente en la cabeza”, le cuenta a BBC Mundo, Gloria Perdomo, coordinadora de la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
Y es que la situación de inseguridad en Venezuela es alarmante de acuerdo con organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales, que ubican a su capital como una de las ciudades más peligrosas del mundo.
“Muchos jóvenes se deslumbran cuando un delincuente les ofrece la oportunidad de ganar (…) cinco o seis salarios mínimos en una sola noche” Gloria Perdomo, Observatorio Venezolano de Violencia
“Hay un contexto social que hace que en las comunidades más afectadas por la violencia el delito se vea como algo atractivo. Muchos jóvenes se deslumbran cuando un delincuente les ofrece la oportunidad de ganar una cifra considerable de cinco o seis salarios mínimos en una sola noche por hacer una actividad delictiva”, indicó Perdomo.
Para la experta, en Venezuela el problema de la violencia no solo se debe a un asunto de impunidad.
“A nosotros lo que más nos preocupa es que de alguna forma se viene desarrollando una especie de cultura de cómo sobrevivir en estos contextos. Hay mucha gente que vive con miedo, con angustia; hay muchas mamás que tienen prácticamente a los niños encerrados; hay jóvenes que llaman desde la parada del autobús a sus casas para saber si el barrio está tranquilo y así poder montarse”.
Y como sucede en algunos vecindarios de Colombia, El Salvador o Guatemala, hay sectores en Caracas en los que los grupos criminales imponen toques de queda y hasta líneas imaginarias territoriales que la población debe acatar.
Es así como, para Perdomo y Bergua, la naturalización de la violencia, su normalización, está haciendo que en muchos países de la región los homicidios entre jóvenes se vean como algo inevitable.
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“La evidencia indica que este patrón de violencia letal es en parte atribuible a las actividades ilícitas de grupos criminales organizados, la presencia de pandillas callejeras y la accesibilidad a armas de fuego”, asegura Unicef en su informe.
A esos factores hay que añadir la inequidad que caracteriza a las grandes ciudades de la región.
“Muchos de nuestros jóvenes están creciendo en sociedades que no les ofrecen oportunidades. Dejan la escuela muy pronto y sus expectativas de integración son mínimas. Todo lo que tienen alrededor los lleva hacia los caminos de violencia“, indicó Bergua.
En su opinión es clave que la violencia contra los adolescentes se vea como una enfermedad, como un virus, una epidemia, “lo cual significa que se puede curar y prevenir”.
De hecho, en toda la región, hay iniciativas que buscan frenar esa “epidemia”.
En Honduras, por ejemplo, la fundación Unidos por la Vida implementa programas que no sólo tratan de rehabilitar a los jóvenes que han caído en los círculos de la violencia, sino de prevenir que otros sean víctimas.
Irónicamente desde San Pedro de Sula, ciudad que por varios años fue considerada la más violenta del mundo, el coordinador de la organización se mostró optimista en conversación con BBC Mundo.
Para René Corea Molina, prevenir que más niños y jóvenes mueran por homicidios puede llegar a ser tan fácil y productivo como ofrecer oportunidades educativas y laborales a las poblaciones más desasistidas.
Esa es, para él, una vacuna que puede llegar a ser infalible.