Seguir la huella de los Trujillo Molina de tumba en tumba
La última obra del escritor Franklin Gutiérrez traza una senda para descubrir misterios sobre dónde están enterrados el dictador dominicano y sus familiares
Nueva York.- El libro más reciente de Franklin Gutiérrez espeluzna a más de uno que no puede ni escuchar el nombre del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. En Las Tumbas de los Trujillo (Editorial Búho, 2016), este escritor nacido en Santiago de los Caballeros visita la última morada de los restos de quien gobernó República Dominicana con mano dura entre 1930 y 1961, en un recorrido literario que desmitifica la creencia de que los Trujillo Molina jamás volverían a la isla tras el asesinato del tirano.
Si bien mucho se ha escrito de las décadas nefastas de Trujillo al mando del Gobierno y de las Fuerzas Armadas dominicanas, Gutiérrez –quien desde 1988 es profesor de Lengua Española y Literatura Latinoamericana y Caribeña en City University of New York– logra despertar la atención sobre un tema del que mucho se ha hablado y poco se ha escrito. ¿Dónde realmente están los restos del dictador y sus familiares? y ¿es cierto que muchos de ellos volvieron a República Dominicana y están enterrados allí sin que sus compatriotas lo sepan?, son preguntas que el autor responde, a la par que desvela misterios que la tradición oral alimenta sobre sus ocupantes y encuentra en el imaginario dominicano una sorprendente explicación sobre el deplorable estado de muchas estas tumbas y, en general, de los cementerios de la isla.
“Sobre Trujillo y su parientes se ha escrito prácticamente de todo, pero muy poco sobre qué sucedió con esa familia después de haber abandonado la República Dominicana en noviembre 1961, tras el ajusticiamiento del dictador. Y menos aún sobre los lugares o espacios funerarios donde moran sus restos, en su mayoría en un estado de abandono que espanta”, explica el escritor de cuya prolífica colección de obras destacan Enriquillo: radiografía de un héroe galvaniano (Editorial Búho, 1999) y De cementerios, Varones y tumbas: múltiples caras de la muerte en la literatura y la cultura dominicana (Editorial Nacional, 2012).
Se sabe que los restos de Rafael Leónidas Trujillo se hallan en el cementerio de El Pardo, en Madrid, junto a los de su hijo Ramfis, a donde fueron trasladados en 1970 desde París por orden de su viuda María Martínez Alba, según confirmó El Diario El País a finales de los años ochenta. Pero pocos han seguido el rastro de sus familiares hasta encontrar, como muestra Gutiérrez, que no están tan lejos como el común de los dominicanos cree. De hecho, en los otrora lujosos sepulcros de los Trujillo en el Cementerio Nacional de la avenida Máximo Gómez, en Santo Domingo, están enterrados muchos que murieron durante la dictadura y otros que fueron traídos del exilio en secreto, según la investigación.
Para demostrarlo, el autor no se la tuvo fácil, pero no se dejó vencer por supersticiones. Y aunque usted no crea en cosas del más allá, de seguro estas “coincidencias” le podrán la carne de gallina.
“Tanto de mi libro De Cementerios, Varones y Tumbas, como de Las tumbas de los Trujillo tengo múltiples anécdotas”, dice. “En dos o tres ocasiones los vehículos en que me transportaba se negaron a salir de algunos cementerios (se descompusieron); en un par de camposantos provincianos la gente no recomendaba no acercarme mucho a determinados Varones de cementerios porque los extraños les producían alergia”, agrega a quien en más de una ocasión las fotografías que tomó se le velaron.
Lo más deplorable fue que “muchas de las personas que supuestamente estaban dispuestas a colaborar conmigo, me dejaron esperando en las puertas de los cementerios”, admite el catedrático que ahora pule detalles de su próximo libro El rostro sombrío del sueño americano, una aproximación “no tradicional” al tema de la emigración.
Lo cierto es que la obra de Gutiérrez confronta a quien la lea con una característica propia del dominicano de la que tampoco de habla mucho: “La mayoría de la gente no acepta que la muerte es ineludible y más eterna que la vida, por cuanto debemos hacerla parte de nuestra conversaciones y acciones cotidianas”.
Para el laureado escritor, que por su afición a hablar de la muerte y los cementerios dice que es visto como un “ser extraño, enfermo de necrofilia y desquiciado”, el hecho de que “el porcentaje de dominicanos que compra un plan funerario en vida es muy reducido” es –como el abandono que padecen los camposantos donde moran nobles, dictadores, cómplices y el resto de los mortales– un signo de lo mucho que su gente prefiere mantener sus pies –y sus almas– en esta tierra.