‘Little Red Lighthouse’, una historia olvidada bajo el puente George Washington
Un pequeño punto de color rojo en el parque Washington Park que cuenta una historia que pocos recuerdan
Muchas historias se pierden con el tiempo. Afortunadamente, algunas dejan vestigios que nos ayudan a recordarlas. Ese es el caso del “Little Red Lighthouse” el único faro que queda en Manhattan y que, a día de hoy, da color al parque Fort Washington, en Washington Heights.
Fue construido en 1921, como parte de un programa que buscaba mejorar la seguridad naval por el río Hudson y, además de salvar a muchos barcos, generó un encanto difícil de encontrar en construcciones que carecen de la majestuosidad a la que nos acostumbran los edificios de Nueva York.
Y es que la magia del sitio no sólo nace de su exclusividad, sino también de la historia, y nunca mejor dicho, que se creó alrededor del “Pequeño Faro Rojo”.
Protagonista de un cuento
El nombre oficial del torreón era Jeffrey’s Hook Light pero ya nadie no lo conoce así por culpa de, o gracias a, la literatura. En 1942, el cuento ‘The Little Red Lighthouse and the Great Gray Bridge’ convirtió al faro en protagonista de una bonita historia que consiguió hacerse con un hueco en las casas de miles de niños.
La obra de Hildegarde Swift, que fue ilustrada por Lynd Ward, convirtió el Little Red Lighthouse un sitio emblemático y, más tarde, cuando en 1945 propusieron su desmantelamiento, los vecinos se echaron a las calles para exigir la conservación del faro, aunque ya no cumpliera con su cometido original. Sus voces fueron escuchadas y en 1951, la Guardia Costera cedió su administración al Departamento de Parques de Nueva York, que desde entonces vela por su mantenimiento.
El cuento de Swift bien podría ser una premonición de esta historia pero, claro está, con las pinceladas fantasiosas que requiere un cuento infantil.
Puedes ver aquí una narración del cuento original en inglés.
El relato cuenta la historia del pequeño pero orgulloso faro, que avisa a los barcos que surcan el río Hudson de la proximidad de rocas. Cada noche, un hombre trepaba los 40 pies de altura del torreón para encender las luces intermitentes y, en caso de niebla espesa, tocar una campana. Con el paso del tiempo, el faro rojo ve cómo avanza la construcción de un enorme puente gris y teme que este lo haga inservible. Las sospechas del faro se cumplen cuando, una noche, el trabajador no aparece para encender sus luces.
Sin embargo, en esa madrugada de fuerte niebla los barcos no consiguen ver las luces del puente, que queda demasiado alto. Un barco acaba chocando con las rocas y el puente requiere la ayuda del faro porque cada uno “tienen su propia labor”. El faro retoma feliz sus labores, sintiendo que, aunque es pequeño, cumple con orgulloso su papel.
Aunque la historieta fue muy popular, los años no perdonan y muchos vecinos de Nueva York ya no la conocen, no recuerdan el cuento o simplemente el faro pasa desapercibido bajo la inmensidad del puente y del parque que lo acoge.
“Nosotros hemos venido a ver el puente de George Washington. Yo vivo en El Bronx y sólo había venido aquí de pequeño, así que no lo recordaba. No sabía que había un faro allá abajo… nuestro plan era pasear por Washington Heights y hacer shopping pero ¡deberíamos verlo! Y bueno, hasta ahora todo me está pareciendo muy bonito, es ideal para tomarse fotos”, contaba Rubén Toker, que aprovechó la visita de Noemí desde República Dominicana para bajar hasta Washington Heights.
Es difícil encontrar entre los vecinos o los que disfrutan del parque alguien que sepa la historia del Pequeño Faro Rojo. Muchos curiosos o deportistas saben de su existencia, pero son pocos los que se paran a leer las placas que informan de la historia del faro. Ya ni siquiera los más pequeños.
“¡No conocía ese cuento pero es interesante! Ahora podría ir a verlo…”, dijo Carolina mirando de reojo a su madre, mientras la familia disfrutaba con amigos de una tarde de picnic en el parque.
“No venimos tanto porque nos queda un poco lejos de casa, pero cuando podemos intentamos acercarnos toda la familia porque a los niños les gusta. Yo hoy estoy pescando acá por primera vez ¡a ver cómo va! Y el faro sí que lo hemos visto pero no sabía qué hacía allá… ¿Un cuento? No lo conocía”, reconoció Gerardo, un vecino mexicano acompañado de Carolina y su bebé Elisabeth.
Pero lo cierto es que Carolina se mostró más emocionada con el parque que con el cuento. “Me gusta mucho venir porque a veces vamos a la playita y nos mojamos. Lo que más me gusta es poder salir de casa y aquí hay más libertad, se pueden hacer más cosas”, contaba emocionada.
Fort Washington Park
Desde luego el parque es un punto fuerte del barrio y un motivo más para ir a visitar al legendario faro.
Además de la “playita”, donde más de uno se moja los pies o lanza la caña de pescar, el parque cuenta con pistas de tenis, zonas recreativas para los niños, espacios para hacer barbacoa y varias mesas y bancos donde descansar.
“Nosotros venimos mucho con las niñas. El parque ofrece muchas oportunidades y para mis hijas es lo mejor. Lo malo es que por la noche da miedo. Hay luces pero no suficientes, así que de noche siempre lo bordeamos y nunca venimos a jugar cuando oscurece. Lo bueno es que de día es tranquilo. El vecindario es muy hispano pero en el parque ves de todo, hay latinos, blancos, morenos… y siempre buena gente, descansando o haciendo deporte. ¡Nos gusta mucho!”, declaró Juan Guevara, padre mexicano de tres niñas.
Así que ya sea para visitar el oasis de paz que es Fort Washington Park o para conocer el famoso Little Red Lighthouse, esta parte del Alto Manhattan te está esperando, porque las historias, sobre todo si son buenas, merecen ser recordadas.
Cómo llegar
- En metro: Línea A hasta la 175 o 181.
- En bus: El M4 es el autobús urbano que pasa más cerca del parque, recorriendo la calle Fort Washington Avenue.
La entrada al parque más cercana al faro es la que queda por la calle 181, pasada la Plaza Lafayette. Tendrás que adentrarte en el parque por el puente que cruda Riverside Drive y seguir el camino de Hudson River Greenway.