El difícil arte de negociar en el matrimonio
‘Vamos a buscar las cortinas, que ya me dijeron cuáles son las que van aquí.’ Mentí otra vez (si lo sé, está mal)
Crédito: Shutterstock
¡Sí, sí! ¡Estoy bregando con eso!…
Hace unos días llegué a mi casa a eso de las 7:40 de la noche, después de un día de esos bien sabrosos (por no llamarle difícil). Desde que entré, sentí una tranquilidad y un silencio absoluto, que me hizo exclamar, ¡qué triunfo, todo en orden, qué rico! Y me dije: ‘ahora, me doy un bañito que hoy por fin me acuesto temprano’.
No hago más que abrir la puerta del cuarto y veo a mi esposito, trepado en una escalera junto a la ventana, con una concentración bárbara. Él ni tan siquiera se volteó a mirar que yo había llegado. Parecía que estaba haciendo un proyecto de escuela para las niñas. Miro al piso con cautela, sorprendida de mi descubrimiento. Sigo caminando y veo un rollo de papel de estraza, varios rollos de tape, tijeras y un sinfín de cosas más…
Cuando por fin logro ver qué era lo que estaba haciendo con tanta dedicación y esmero, por poooooco infarto y se me cae la quijada. ¡Mi marido estaba clausurando las ventanas del cuarto!
En ese mismo instante, me dije, ‘Saudy, relájate, no se te ocurra reclamar nada, ¡es tu culpa!’
Tras un eterno minuto de silencio buscando las palabras correctas para que el nuevo “decorador de interiores” no se sintiera criticado por su locura, (¡sí, locura!) le digo: ‘Jeje, (risa nerviosa), mi amor, bendito, ¿qué haces? Si a eso mismo venía yo, a buscarte para que vayamos a comprar las cortinas. Muchacho, no pases trabajo’. Eso fue lo único que se me ocurrió decir. (Claro, yo con la cara derretida de lo que me esperaba).
“Eso me llevas diciendo hace seis meses, y se acabó. ¡Yo necesito dormir y la claridad no me deja!”, me contestó mi marido muy determinante en su planteamiento, sin parar de trabajar en la segunda ventana (porque ya la primera la había terminado y ¡era un lujo!).

Así que me dije, ahora es. No es para menos, bendito. Tenía razón (jajaja). Me venía pidiendo por meses que comprara a mi gusto las cortinas para tapar el sol. Y era cierto, no dormíamos bien. La claridad no nos permitía descansar. Me lo había pedido en repetidas ocasiones y siempre le contestaba: ‘Sí, sí’, estoy bregando con eso’. Pero la realidad era que, no había hecho algo.
Me tocó decidir si me movía a resolver a pesar de mi cansancio, o por el contrario, aceptaba aquella cosa tan fea (por pena y respeto al arte). Vamos, que no era arte, pero había que reconocer que usó muy bien su creatividad.
Fingiendo estar muy animada, le digo: ‘Vamos a buscar las cortinas, que ya me dijeron cuáles son las que van aquí.’ Mentí otra vez (si lo sé, está mal), pero fue lo único que se me ocurrió y que lo motivó a que dejara de cortar papel y pegar tape verde en mis ventanas blancas.
Haciéndoles el cuento largo, corto, decidimos (después de convencerlo con mil y una excusas) salir de la casa a buscar las dichosas cortinas. Luego de dos largas horas dando palos a ciegas, por fin las conseguimos y las compramos.
Ya arrastrando las patas del cansancio y pensando que al fin podría darme el añorado baño y descansar, le digo con mucha ternura: ‘mi amor, mañana te entretienes montándolas’.
“¿Mañaaana? ¡Nooo, mañana no! ¡Las voy a montar ahora, yo lo siento por ti, yo quiero dormir!” me contestó el bombero con más seguridad que nunca y ante mi cara de espanto.
El hecho es que, taladro en mano, las montó. Yo le ayudé (casi obligada) para que todo fluyera más rápido y en paz. ¡Es que mi bombero tenía razón! ¡Sí, ahora dormimos mejor!
Moraleja: Más allá del refrán que dice “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, en el matrimonio, por más insignificante o indiferente que nos parezcan algunas cosas, el complacernos, atendernos y escucharnos, se convierte en un arte para obtener grandes resultados.
En este caso, valió la pena perder una noche de sueño, echar el resto, ceder y complacerlo.
¡Espérate, espérate! Hablemos claro. No es sumisión, es saber negociar, es ponernos en el lugar del otro. Si no lo hubiera hecho, hoy mis ventanas lucirían artísticamente “fellas”, con papel de estraza y tape verde, mientras él duerme feliz. Y yo, en cambio, hubiera estado desvelada toda la noche pensando cómo solucionar el desmadre.
Jajaja. ¡No les digo yo! Amigas, hay que moverse y negociar (hagan caso mis hijas).
– Saudy Rivera