Cherán, el pueblo de México que expulsó a delincuentes, políticos y policías

Liderado por mujeres, Cherán se levantó en armas para defender su bosque de los madereros

En México, el crimen organizado llega a todas partes, incluso a los pueblos más pequeños… a excepción de uno en el estado de Michoacán.

Liderado por mujeres, Cherán se levantó en armas para defender su bosque de los madereros y de paso también expulsaron a la policía y a los políticos.

Las mujeres se reunieron en secreto para organizarse.

Estaban cansadas de los homicidios y secuestros que ya eran rutina, así como de los cobros de extorsión a pequeños negocios que hacían hombres enmascarados.

También por más de tres años habían visto con indignación cómo camiones cargados hasta el tope de troncos recién cortados pasaban frente a sus casas.

Los cárteles de México se dedican principalmente al tráfico de drogas, pero también han expandido su modelo de negocio y tratan de ocupar cualquier industria lucrativa, como la madera

Esa ha sido tradicionalmente la base de la economía de Cherán.

Para el año 2011, los madereros estaban talando árboles cerca de una de las fuentes de agua de Cherán.

“Estábamos preocupados”, recuerda Margarita Elvira Romero, una de las organizadoras del levantamiento.

“Si cortan los árboles, hay menos agua. Nuestros maridos tienen ganado, ¿dónde iban a beber si el ojo de agua se terminaba?”.

Un grupo de mujeres fue al bosque para tratar de razonar con los hombres armados, pero solo recibieron insultos y fueron echadas.

Así que su plan empezó a cambiar.

Sabían que era demasiado peligroso hacer frente a los madereros en el bosque, por lo que pensaron detener a los camiones cuando pasaban por el pueblo, donde tendrían el apoyo de sus vecinos.

La madrugada del 15 de abril de 2011, comenzó el levantamiento de Cherán.

En la carretera que baja desde el bosque fuera de la casa de Margarita, las mujeres bloquearon los camiones de los madereros y tomaron como rehenes a algunos de ellos.

Las campanas de la iglesia de El Calvario sonaron y al amanecer cohetones estallaron en el cielo para alertar a la comunidad del peligro.

Muchos en Cherán llegaron corriendo para ayudar.

Fue un momento tenso en el que exaltación casi llevó a la gente a intentar colgar a los madereros capturados en un árbol antiguo al lado de la iglesia, pero las mujeres los persuadieron de no hacerlo.

“Todo el mundo en las calles corría con machetes”, dice Melissa Fabián, que entonces tenía 13 años.

Las señoras estaban corriendo. Todos tenían el rostro cubierto. Se podía oír a la gente gritando y las campanas de la iglesia sonando todo el tiempo”.

Los policías municipales llegaron con el alcalde y otros hombres armados arribaron para liberar a los rehenes que eran sus compañeros.

Hubo un enfrentamiento entre la gente del pueblo, los madereros y la policía.

Terminó después de que dos madereros fueron heridos por un joven que encendió un cohetón directamente contra ellos.

Y ahí Cherán, un pueblo de 20.000 personas, comenzó su jornada hacia el autogobierno.

“Me dan ganas de llorar al recordar ese día”, dice Margarita. “Fue como una película de terror, pero era la mejor cosa que hubiera pasado”.

Los políticos y la policía del pueblo fueron llevados rápidamente fuera de la localidad, pues las personas sospechaban que tenían arreglos con las redes criminales.

Los partidos políticos fueron prohibidos —y siguen estando— porque consideran que han causado división en la comunidad.

Cada uno de los cuatro distritos de Cherán eligió a un representante para un concejo del pueblo.

En muchos sentidos, Cherán, una localidad poblada por indígenas purépechas, volvió a sus raíces: a la manera antigua de hacer las cosas, de una manera independientemente.

Se establecieron puestos de control armados en las tres carreteras que llegan al poblado.

Hoy, cinco años después, todavía existen esos puestos de control.

Son vigilados por miembros de la Ronda Comunitaria, una fuerza formada por hombres y mujeres de Cherán que detiene a cada vehículo para preguntar a sus ocupantes de dónde vienen y hacia dónde van.

“Hemos aprendido mucho”, dice Heriberto Campos, uno de los fundadores y el coordinador de la Ronda Comunitaria cuyo apodo es “diablo”.

“En aquellos primeros días, no sabíamos nada sobre el uso de armas. Pero ahora sabemos cómo pelear, y si los criminales regresan, estamos listos para ellos”.

Cherán tiene su propio sistema de justicia para delitos menores, muchos de ellos relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas.

Una mañana de un domingo de septiembre, 18 jóvenes estaban tras las rejas en la sede de la Ronda después de haber sido hallados bebiendo en las calles o conduciendo alcoholizados.

Las sanciones incluyen multas y trabajos comunitarios, como recolectar basura.

Las violaciones a la ley que son graves son remitidas a la fiscalía del estado, pero Cherán puede decir que en el último año no ha habido asesinatos, secuestros o desapariciones.

Si vives en un lugar poco acostumbrado a la delincuencia, a la violencia, es posible que no te sorprenda esto.

Pero Michoacán es uno de los estados más lastimados por la violencia en México, un estado que ha visto casos tan graves como cabezas degolladas que fueron lanzadas a una pista de baile y granadas han sido hecho estallar en una plaza llena de gente.

Este julio hubo más de 180 asesinatos en el estado, el número más alto desde hace casi una década.
Y en las comunidades de todo Cherán, que no distan más de 10 km una de otra, las historias de secuestro, la extorsión y los asesinatos eran un lugar común.

“En Cherán, me siento seguro porque puedo caminar por las calles por la noche y no temo que algo vaya a pasar”, dice Melissa, que ahora es un estudiante de biomedicina en una escuela en las afueras de Cherán.

No son sólo las calles de Cherán son seguras.

El bosque de pinos —un mar verde que cae por las montañas del pueblo— había quedado devastado por los madereros.

Ahora su perímetro es patrullado diariamente por los agentes de la Ronda Comunitaria.

La mayor parte de la tierra de Cherán es posesión de la comunidad: las familias la pueden trabajar, pero no les pertenece.

Ahora que los criminales se han ido, las reglas se aplican estrictamente y cualquier persona que quiera talar un árbol debe obtener el permiso de las autoridades comunitarias.

Poco a poco se está regenerando el bosque.

Se estima que más de la mitad de 17.000 hectáreas de bosque fueron devastadas por el crimen organizado.
Unas 3.000 hectáreas hasta ahora han sido reforestadas en los cinco años desde el levantamiento, con plantas del propio vivero de la localidad.

Cherán no es completamente independiente, pues todavía recibe fondos estatales y federales.

Sin embargo, su autonomía como una comunidad indígena purépecha es reconocida y garantizada por el gobierno mexicano.

La prohibición de los partidos políticos, por su parte, ha sido confirmada por los tribunales, que le han dado la razón a su derecho de no participar en las elecciones locales, estatales o federales.

En Michoacán, Cherán se ha convertido en un oasis de esperanza: su paz y su seguridad marcan un contraste con el temor que aún domina a las comunidades vecinas.

¿Cómo esta comunidad ha prosperado en una región tan cruel pero hermosa?

Margarita, Melissa y Heriberto ofrecen la misma respuesta en una palabra: “solidaridad”.

La mayoría de las personas que viven en Cherán son del pueblo. Sus costumbres dictan que los locales se casan con gente local, hay muy pocas personas de otros lugares.

Las familias son grandes y están cerca una de otra, todo el mundo sabe de los demás, y ese es el fundamento de unidad del pueblo.

Con la violencia de nuevo en aumento en México, hay ansiedad en Cherán sobre el futuro, una preocupación de que los cárteles puedan establecerse una vez más.

Otros pueblos han tratado de copiar el ejemplo de Cherán, pero sin el mismo éxito.

Ahora con 18 años, Melissa es optimista y dice que está dispuesta a salir a las calles para luchar por lo que se ha logrado.

“Mientras que haya al menos una persona que quiera seguir con esto, todos vamos a estar detrás de esa persona. Todos nos sentimos orgullosos porque pusimos fin a algo e hicimos algo que ninguna de las otras comunidades se había atrevido a hacer”.

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