VIDEO: México honra el Calvario de Cristo con la Pasión de Iztapalapa
Una tradición mexicana que por más de un siglo caracteriza con su devoción y su misterio la pasión de Cristo
MÉXICO.- Enormes cruces de entre 15 y 120 kilos, que cargan a sus espaldas devotos feligreses bajo un sol implacable, invadieron hoy el popular distrito de Iztapalapa, en la parte oriental de Ciudad de México, durante el viacrucis que se celebra desde hace 174 años.
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Esta tradición comenzó en 1843 después de un brote de cólera que diezmó a la población, en su mayoría indígena, y que desapareció milagrosamente tras venerar los pobladores las imágenes de Cristo en varias ermitas del pueblo.
En una jornada que ha acogido alrededor de 850.000 visitantes, los sollozos de la Virgen María y los azotes de los romanos a Jesucristo resonaban desde las 11.00 hora local (16.00 GMT), en un espectáculo al que acuden tanto adultos como niños, que miran el sufrimiento con atención y desconcierto.
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La familia Enciso Cejudo, formada por el padre y los seis niños vestidos de Nazareno, así como la madre y las tres niñas vestidas de Virgen María, recorría los ocho kilómetros de la procesión al ritmo de los tambores que marcaban los centuriones.
Javier Enciso, el padre de la familia, explicó que participó en el Viacrucis durante 35 años como asistente de la Cruz Roja, nunca como Nazareno, pero su segundo hijo, Baduel, le pidió subir con una cruz hasta el Cerro de la Estrella, donde los pobladores de Iztapalapa representan la crucifixión de Jesús, este año interpretado por Eder Omar Arreola.
Eder fue elegido para el papel por cumplir los requisitos de ser nativo de Iztapalapa y católico, no tener hijos ni estar casado, tener 18 años o más, ser independiente económicamente y medir al menos 1,75 metros.
“Creo mucho en Jesús porque es el símbolo de nuestra patria. Me gusta subir la cruz hasta el cerro desde el que Jesús veía los ocho barrios (de Iztapalapa)”, reveló el pequeño Baduel, de 10 años de edad, a Efe.
El padre narró que tanto él como sus hijos se hicieron sus cruces: los mayores cargan una de 55 kilos, los medianos de 38 y 32 kilos, mientras Mario Alfredo, quien con dos años es el Nazareno más joven de la historia de Iztapalapa, carga una cruz de 15 kilogramos.
Aunque sus tres hijas, traviesas y risueñas, también querían construir y llevar en sus hombros el peso de la cruz, la delegación (circunscripción política) de Iztapalapa por el momento no permite a las niñas que carguen con ella, lamentó Enciso, natural de San Pedro, uno de los ocho barrios de la demarcación.
Devoción mexicana
La macroplaza del barrio de San Lucas comenzó desde temprano a llenarse de miles de paraguas de todos los colores que intentaban frenar el sol implacable mientras los ojos de sus portadores dirigían toda su atención a Poncio Pilato, Herodes, Judas y Jesucristo.
Entre las personas que actuaron en esta legendaria procesión está Iván, un hombre de espalda ancha y manos enormes de 37 años y originario del barrio de San Lucas, a quien este año le tocó representar al romano encargado de gritar la sentencia de Jesús.
“Yo he actuado como hebreo durante tres años, pero esta vez representaré a un romano. Es un papel mucho más fuerte y agresivo; la misma gente te agrede”, dijo Iván a Efe antes del inicio de la procesión, y confesó que estaba un poco nervioso y que tenía miedo de que le venciera el “pánico escénico”.
Explicó que, para ser romano, es necesario tener caballo propio, y detalló que él gastó aproximadamente 7.000 pesos (378,1 dólares) para comprar toda su vestimenta de romano.
“Para mí, el Viacrucis de Iztapalapa es pasión. No lo puedo describir con palabras”, dijo mientras el sol caía sobre los 173 actores con parlamento, 2,000 nazarenos, mil romanos, más de 500 extras, 115 integrantes de grupos de música y cientos de miles de feligreses.
La procesión llegó a su fin en el Cerro de la Estrella, donde Jesucristo caminó dos kilómetros mientras cargaba una cruz de 120 kilos para llegar a la cumbre de su actuación, en la que los centuriones lo crucificaron ante la mirada de los presentes, que graban el momento en sus pupilas y sus teléfonos móviles.
Por Paula Ericsson