“Le conté a mi esposo que amo a otro hombre”
A veces tenemos que elegir entre lo fácil y lo correcto
– ¿Cómo que le contaste a tu aventura a tu marido? ¿Te volviste loca?
La pregunta de Carolina era pertinente. Romina le acababa de contar que le había confesado a su marido que estaba enamorada de otro hombre.
-Esas cosas no se cuentan, amiga-, continuó. -Se las vive y lleva en el corazón, toda la vida. Algún poeta se preguntaba a dónde iban a parar los amores prohibidos cuando se morían… ¿Al fondo del océano?
El problema era que para Romina ese amor prohibido no estaba muerto; vivía mas que nunca. La que sí estaba muerta de contrariedad, disociación y sufrimiento era ella. No aguantaba más esta vida dual, con su adorada familia por un lado y su verdadero amor por el otro, como dos puntas irreconciliables. Por qué la vida hacía estas cosas?
-Aparte, los que siempre hablan de mas son los hombres. Inconscientemente necesitan mostrar y presumir que se acuestan con otras mujeres así que siempre se termina enterando medio mundo. En cambio, nosotras somos mucho más discretas y cuidadosas con esos temas. Por eso las estadísticas muestran que los hombres son más infieles cuando en realidad no es tan así. Sino, ¿con quién son infieles? Con mujeres que viven en Venus, porque las del planeta Tierra son todas correctas?
Romina escuchaba a medias a su amiga. Sentía que estaba en otra frecuencia. Lo que Carolina decía aplicaba para una aventura, un amante. Pero no tenía nada que ver si se trataba de un verdadero amor prohibido, de esos que parten la cabeza. Ahí ya no había más especulaciones. Solo había una fractura interior que parecía no cerrar nunca.
-Estamos hablando de temas distintos-, dijo Romina en voz baja, aunque frenando en seco a su amiga. Carolina escuchaba con atención.
-¿Te acuerdas de Manuel?
-¿¿Tu novio de la facultad?- arriesgó Carolina.
Romina asintió con la mirada perdida. Luego dijo:
–A él lo dejé por mi actual marido, de quien me enamoré mal cuando estábamos por recibirnos.
-Me acuerdo perfecto-, dijo Carolina-. ¿Pero qué tiene que ver con esto?
-Todo…
Romina le contó a su amiga que cuando estaba de novia con Manuel y se enamoró de quien luego sería su marido, estuvo un año peleando la situación, hasta que se volvió intolerable. Entonces tomó la decisión de dejar a su novio sin mayores explicaciones. Ya había pasado un año con los desencuentros propios de la doble vida, así que tampoco era una decisión que nadie pudiera prever.
Sin embargo, siguiendo el manual de procedimientos de estos casos, Romina le ocultó que lo dejaba por otro. Tenía pánico de mirar a los ojos a su novio y contarle esa verdad cruel. A su vez, la sabiduría popular sostenía que no había que contar estas cosas, reforzando su postura.
Como parte de esos enigmas que la vida siempre plantea, el resignado novio le había dicho una sola cosa: -Solo te pido que no salgas con Emilio.
Romina se había quedado helada porque era justamente Emilio de quien ella estaba perdidamente enamorada. ¿Cómo se habría dado cuenta su novio? ¿Solo intuición? Atinó a balbucear que no podía decirle cómo seguir su vida. No podía tomar un compromiso que tenía la certeza que incumpliría.
Cuando dejó a Manuel, Romina intentó mantener su nuevo romance en la clandestinidad. Sin embargo a los pocos meses salió a la luz. Unas semanas más tarde la llamó su ex, y en una breve pero imborrable conversación, le dijo: -me cagaste; al final todos nuestros problemas eran porque estabas con otro.
Romina quedó estupefacta, y después de cortar el teléfono se quedó sentada en el sillón llorando un largo rato. De poco importaba que estuviera feliz con su nueva relación. Se sentía como el apóstol Pedro luego de que el gallo hubiera cantado tres veces. Era una traidora. Tardó años en procesar esa situación, la culpa de haber dejado a su novio por otro, la doble vida y sobre todo, la mentira del final.
-Por eso, disociar aquella experiencia de este presente que vivo es imposible. No quería volver a vivir la situación de que un día me llame mi ex marido, y me diga que lo cagué. Prefiero decirle la verdad de entrada, yo misma.
Carolina escuchaba entre maravillada y atónita. Por un lado admiraba el coraje de su amiga. Por el otro, evaluaba las imprevisibles consecuencias que dispararía aquella verdad. ¿Qué dosis de verdad eran capaces de tolerar las personas? ¿Cuál era el límite entre una mentira piadosa, para ayudar a alguien a que el impacto fuera menor, permitiéndole recuperarse más rápido, y una mentira inaceptable, o más aún, una traición?
Pese a los esfuerzos que hicieron ambos, Romina y Emilio terminaron separándose. Él quedó muy dolido, así que durante largos años todo fue extremadamente difícil. A la dificultad estructural de cualquier separación, se le sumaba el golpe en su autoestima, y su resentimiento que parecía no sanar nunca.
Años después, ambas amigas tomaban un trago al atardecer. Romina se quejaba de la difícil interacción con su ex.
-Nada de esto hubiera pasado si no le contabas la verdad-, dijo Carolina.
Romina escuchó aquellas palabras contrariada. Sabían que eran ciertas. Sin embargo, tenía paz interior.
–A veces tenemos que elegir entre lo fácil y lo correcto. Seguro que lo que elegí no fue lo más conveniente. Pero Emilio y yo no nos merecíamos terminar así. Veinte años juntos, dos hijos, miles de cosas compartidas, no podían terminar con una mentira.
Carolina escuchaba con atención a su amiga que buscaba ponerle palabras a algo difícil.
-Seguramente mi vida hubiera sido más fácil. Pero no tendría paz. Podemos engañar a todos, pero no podemos escaparnos de nosotros mismos. Y a determinada edad, ciertas mentiras nos roban la vitalidad, mientras que la verdad siempre produce vida. Y yo elegí vivir-, concluyó.