Cómo es posible que estemos respirando el mismo aire que Cleopatra
Desde el aire que respiraron los dinosaurios hasta la temperatura del cielo y del infierno, explorar los componentes de eso que entra a nuestros pulmones te lleva a sitios insospechados
Los humanos respiramos unas 23,000 veces al día y cada vez que lo hacemos inhalamos la historia del mundo.
En los idus de marzo, 44 a.C., Julio César murió en el suelo del Senado tras recibir 23 puñaladas de un grupo de conspiradores.
Pero la historia de su último aliento aún no termina.
De hecho, es posible que tú acabes de inhalar alguna de las moléculas de aire que escaparon de su boca cuando (supuestamente) dijo: “Et tu, Brute“.
Entre el septillón de moléculas que entran o salen de tus pulmones en este momento, algunas pueden tener rastros de los perfumes de Cleopatra, del gas mostaza de que usaron los alemanes en la Primera Guerra Mundial, partículas que exhalaron los dinosaurios, algunas de las bombas atómicas que han estallado y hasta restos del polvo de estrellas de la creación del Universo.
“Estamos reciclando moléculas de aire todo el tiempo”, le dijo a BBC Mundo Sam Kean, autor de “El último aliento de Julio César: decodificando los secretos del aire que nos rodea”, en el que cuenta lo que acabas de leer y mucho más.
“Aunque sea difícil de concebir, todavía estamos respirando el mismo aire que Julio César respiró… es la misma atmósfera”.
Respira profundo
Kean empieza por pedirte que por un momento le prestes mucha atención al aire que se escapa de tu cuerpo… ¿cuánto sabes de él?
Pon tu mano frente a tus labios y siente como el gas que escapa por ella se transformó dentro de ti, tornándose más húmedo y más caliente.
Ahora, imagínate que puedes sentir las moléculas con las puntas de tus dedos… ¿cuántas hay y a dónde van?
Varias, no muy lejos, dice. Apenas inhales de nuevo, vuelven a entrar a tus pulmones.
Otras se alejan más y tratan de conseguir su libertad yéndose a la habitación de al lado, sólo para terminar en los pulmones de quien esté allá.
Pero la mayoría sencillamente se unen a las masas anónimas de la atmósfera y se van a cualquier lugar del mundo.
Quizás regresen, años después, tras haber sido respiradas por extraños en Tombuctú, como fantasmas de lo que solías ser.
De vuelta en el Senado romano
¿Qué pasó con el último aliento de Julio César? Obviamente desapareció.
Murió hace tanto tiempo que poco queda del edificio en el que lo traicionaron, nada de su cuerpo que fue incinerado, ni siquiera las dagas de hierro deben haber sobrevivido. Entonces, ¿cómo podría algo tan efímero como un respiro perdurar?
De ninguna manera, si lo tratamos como una sola masa. Pero esa masa de aire está formada por unas discretas moléculas, y a ese nivel, no ha desaparecido.
A pesar de que el aire nos parece “suave”, la mayoría de sus moléculas son muy robustas: los lazos que unen sus átomos son unos de los más fuertes que hay en la naturaleza.
Ahora le toca a él
A Kean también le pedimos que inhalara y exhalara, y que nos contara qué había pasado en ese momento.
“¡Muchas cosas! El aire que entró en gran parte está hecho de gases de los que todos hemos oído hablar -oxígeno y nitrógeno- pero lo que realmente es fascinante es que hay cientos, quizás miles de otras cosas que acabo de inhalar”.
“De algunas es más fácil estar consciente: si estás cocinando algo, inhalas el aroma. Pero hay otros gases de los que probablemente no nos damos cuenta: un poco de ozono, anestesia, refrigerante… una cantidad de componentes que están en la atmósfera”.
Kean se propuso hacer visibles esos gases invisibles.
Para ello, buscó historias sobre cada uno de ellos.
El diclorodifluorometano, por ejemplo, lo llevó al refrigerador de Einstein “que no es algo que asociamos con Albert Einstein pero él estaba muy interesado en aparatos. Es divertido pensar en él ingeniando en algo tan mundano”.
Esa historia lo sorprendió, pero hay otra que le contaría a sus sobrinos, “pues tiene explosiones de volcanes”.
Harry Truman, no el presidente de EEUU sino un excéntrico que se fue a vivir en la ladera del Monte Santa Helena, desestimó las alertas de los vulcanólogos y se rehusó a abandonar su cabaña que quedaba peligrosamente cerca del volcán más violento de la historia moderna de EEUU antes de que hiciera erupción en mayo de 1980.
Siendo químico, Kean sabe a qué temperatura se vaporizan el agua, las vísceras y los huesos de nuestros cuerpos, así que reconstruye el fin de Truman teniendo en cuenta que lo alcanzó una enorme e intensamente caliente nube negra de 330 metros de altura y 16 kilómetros de ancho, que bajó la montaña a 560 kilómetros por hora.
“Truman se sublimó en el sentido científico: se transformó de sólido a vapor casi instantáneamente. Y con un siseo final, se alzó en el aire”.
La historia de Truman le sirve a Kean para hablar del dióxido de azufre y el ácido sulfhídrico, pues cada vez que respiras inhalas 120,000 millones moléculas del primero y 60,000 millones del segundo.
En el cielo y en el infierno
Explorando la composición del aire, Kean terminó calculando la temperatura del cielo y el infierno.
Según el Apocalipsis de San Juan 21:8, el infierno tiene un lago de fuego y azufre. El azufre sólo se mantiene líquido hasta unos 444ºC.
La Biblia también dice (Isaias 30:26): “Y la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días”.
En otras palabras, explica Kean, el cielo tiene el equivalente a 50 soles. Como la temperatura de un planeta se eleva rápidamente con el aumento de luz -a la cuarta potencia de la luz solar-, según esa información la temperatura del cielo es de casi 538ºC… ¡más caliente que el infierno!
Pero esa fue una desviación: la intención es que estemos conscientes del aire que nos rodea y que entra en nuestros cuerpos constantemente.
“Hay millones, billones, septillones de historias danzando a nuestro alrededor, entrando y saliendo de tus pulmones cada segundo. Puedes capturar toda la historia del mundo en un respiro”, escribe el científico.
“Nos olvidamos del aire, ni siquiera pensamos en él, pero es lo más necesario de la vida: se puede vivir 21 días sin comida, una semana sin agua. Sin aire, no aguantas más que minutos”.