La Víbora: Dos locos de remate, Cristian Castro y Luis Miguel
A nuestra serpiente chismosa no se le escapa nadie
Ya sé que ya pasó Halloween, pero hoy les quiero comentar las historias de dos locos de remate que la verdad están para dar miedo. Bueno, no es para tanto, pero sí son casos como para Freud.
La primera es sobre Cristian Castro, a quien la verdad veo cada vez más raro y como con el cerebro fuera de este mundo. Imagínense, viborolectores que en plena presentación en Argentina le dijo a una mujer que cada vez estaba más gorda. Así como lo leen y con esas palabras. La víctima, que no me extrañaría que a estas alturas ya se haya aventado de un puente, es nada menos que la presidenta del club de fans del loquito (esto es de cariño, ¿eh?, y en honor a su papá).
Ya se imaginarán la escena: todo mundo mudo y viendo la cara de asombro de la pobre admiradora, que se quedó como petrificada por unos segundos. ¿Ustedes creen que al cantante le importó? Claro que no. Él siguió dando su concierto como si nada. Pero hubo quienes reportaron en sus redes sociales el incidente y así fue como el mundo se dio cuenta del suceso. Yo no sé si la pobre mujer está gorda o no, pero ese no es caso. Simplemente lo que hizo Cristian fue una patanería.
En otro tipo de locura, ¿qué le pasa a Luis Miguel? ¿Será que el pobrecito se siente de 25 todavía? ¿Vieron la foto en la que está sentado entre cinco rubias despampanantes? Las fans más recalcitrantes dirán que el hombre sigue guapo y que todavía es un galán, pero yo no puedo evitar ver las fotos de cuando de verdad era un Adonis y sentir que el Luismi de ahora no tiene nada que ver con el de hace tantos ayeres.
La verdad, lo mejor que pudo haber hecho por lo que le queda de carrera es sacar un álbum de rancheras, porque sus discos de pop más recientes han sido un reverendo fracaso. Al menos a mí, si me quiere impresionar, que se haga cargo de sus hijos Miguel y Daniel, a quienes no hace en este mundo. Eso para mí habla más de él que cualquier otra cosa. Me parte el corazón –porque aunque no lo crean, sí tengo– verlo supuestamente tan feliz –que sabemos que no lo es– y pretender que sigue siendo el soltero empedernido de siempre. Yo, la verdad, no se la creo.