¡Por fin uno que habla español!
Es un alivio no tener que andar traduciendo
Mi hija está saliendo por primera vez con un chico hispano y en la casa se nos nota la alegría…
La abuela (mi mamá) que no habla ni papa de inglés, ya pronosticó “que si la cosa sigue” se harán muy amigos. Éste tiene lo que no han tenido los otros: habla español.
Pero también hay un problema: éste entiende todo lo que otros no lograron entender.
En la cena de Thanksgiving y en la Friendsgiving del día siguiente, éste escuchó que mi mamá ronca tan duro que el sonido le hace competencia a una locomotora, que yo soy tan despistada que pago la gasolina y me voy sin ponerla, y que tenemos una amiga que compra carteras de imitación y dice que son originales.
Yo lo miraba de reojo y su sonrisa fácil me confirmaba que el chico se estaba divirtiendo con las anécdotas. Y me empecé a divertir tanto que decidí escoger ese tema para esta columna.
Que maravilla no tener que andar traduciendo.
No tener que explicar en inglés qué es un “yeyo”, un “dos por tres”, “recocha” o “mecato”.
Y tengo que ser justa. Los amigos gringos de mi hija son muchachos buenos, responsables, y divertidos que no entienden por qué yo les pido a todos el número de teléfono y les doy instrucciones precisas (además de darles la bendición) cada vez que se van de fiesta con ella.
Y menos entienden cuando a las dos de la mañana los llamo para que me pasen al chofer del Uber que los está devolviendo a casa y le explico exactamente cuál es la ruta más fácil para llegar.
Gracias a Luis Fonsi a ninguno le tengo que explicar ya qué es “despacito”, pero la cosa se me complica un poco cuando les ofrezco sancocho de cena, o de desayuno, patacón con queso.
Con el pretendiente hispano estoy segura de que el asunto puede ser más relajado. No hay que andar traduciendo la conversación con la abuelita que no habla ni papa de inglés y seguramente este ya se ha familiarizado con el “pórtate bien” y “llámame enseguida que llegues” de todas las mamás hispanas.
A este seguramente también lo amenazaron de niño con una chancleta, le debe doler que no renueven el DACA y no debe entender por qué Trump sigue insistiendo en su dichoso muro.
Y si la cosa sigue, como diría mi mamá, lo mejor es que en diciembre va a comer tamal sin hacer muchas preguntas y no habrá que traducirle los villancicos.
Sobre la autora
Luz María Doria es inmigrante colombiana, periodista, productora ejecutiva de Despierta América y autora del libro “La Mujer de mis Sueños”. Podrán encontrar su columna cada lunes en nuestro diario impreso y en este sitio web.