Por qué es tan común mentir y decir la verdad al mismo tiempo

Decimos verdades a medias y respuestas esquivas o imprecisas ¿Por qué lo hacemos?

No es un secreto que hay políticos que mienten. Pero piensa en esto: también pueden hacerlo al decir la verdad. ¿Confundido?

Esa idea puede quedar más clara cuando te das cuenta de que probablemente todos lo hemos hecho.

Un ejemplo clásico es el de cuando nuestras madres nos preguntaban si habíamos hecho la tarea escolar y le respondías que habías hecho un trabajo para la clase de literatura.

Eso podía ser verdad, pero no responde a la pregunta. Ese trabajo podías haberlo hecho hacía mucho tiempo y tu madre haber sido engañada con una afirmación verdadera. Tal vez no habías empezado a hacer nada.

Engañar “diciendo la verdad” es algo omnipresente en la sociedad actual. Mentimos todo el tiempo, incluso pese al hecho de que supone un esfuerzo mental mucho mayor que decir la verdad.

El presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, dijo una vez que “nadie tiene una memoria tan grande como para ser un buen mentiroso”.

En 1996, la investigadora Bella DePaulo incluso lo cuantificó.

Encontró que mentimos una o dos veces al día y lo descubrió pidiéndole a un grupo de personas que anotara cada vez que lo hacía, durante una semana, incluso cuando era con buenas intenciones.

De los 147 encuestados en su estudio original, sólo siete dijeron que no habían mentido (y claro, imaginamos que decían la verdad).

Muchas de la mentiras eran bastante inocentes y hasta amables, como: “Le dije que estaba muy guapa aunque pensé que se veía fatal”.

Algunas eran para evitar situaciones embarazosas, como hacer como si el marido no había sido despedido.

DePaulo, psicóloga de la Universidad de Santa Bárbara, en California (EE.UU.), señaló que en realidad los encuestados en su estudio no eran conscientes de cuántas mentiras decían, en parte porque muchas eran “tan habituales y de esperar que ni las notaban”.

Es cuando las personas usan las mentiras para manipular o para engañar cuando resultan más preocupantes.

Y eso es algo más habitual de lo que pensamos.

Cuando Todd Rogers y sus compañeros se pusieron a estudiar cómo los políticos esquivan preguntas incómodas durante un debate, que se dieron cuenta de qué había detrás.

Al decir otro hecho verdadero, podían salir del paso sin responder a la pregunta. Incuso conseguían sugerir que algo era verdad cuando no lo era.

Según Rogers, sociólogo de la Universidad de Harvard, los políticos hacen eso todo el tiempo. Es por eso que se propuso estudiar ese comportamiento.

Y descubrió que tergiversar era una estrategia de negociación muy común.

Más de la mitad de los 184 ejecutivos que encuestó para su estudio admitieron que era algo que hacían.

La investigación también concluyó que la persona que estaba tergiversando pensaba que era un comportamiento más ético que mentir.

Los individuos que habían sido manipulados, por el contrario, no distinguían entre una mentira y una manipulación de la verdad.

“Probablemente conduce a demasiada tergiversación, pues los comunicadores piensan que es de alguna manera ético mientras los receptores creen que es pura mentira”, afirma Rogers.

También es difícil señalar un dato engañoso cuando lo oímos ya que lo cierto es que suena real.

Por ejemplo, durante la campaña electoral que condujo a la victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos, el magnate acudió en ocasiones a esta táctica de esquivar las preguntas con medias verdades.

En los debates, cuando le preguntaron por una demanda por discriminación en sus primeros proyectos inmobiliarios, insistió en que su empresa nunca “admitió culpabilidad”.

Y aunque eso fuera cierto, una investigación del diario The New York Times señaló que la empresa sí que discriminó por motivos raciales.

Pero además, aunque sí que seamos capaces de señalar las verdades engañosas, las convenciones sociales pueden impedir que las pongamos en cuestión si son o no una manera de falsear los hechos.

Un ejemplo fue la entrevista del reconocido periodista británico Jeremy Paxman al político Michael Howard en septiembre de 2007.

Paxman le preguntó insistentemente si había “amenazado con desautorizar” al encargado de prisiones de entonces. Howard, por su parte, continuó evitando la pregunta poniendo sobre la mesa otros hechos.

El intercambio resulta hasta incómodo de ver. No son muchos los que están dispuestos a desafiar a alguien en esos términos.

Y si estas estrategias de manipulación son práctica común para los políticos, también lo son para el resto de las personas.

Un ejemplo es el del agente inmobiliario que le dice a un potencial comprador que ya le han escrito por una propiedad que ha despertado poco interés cuando se le pregunta si ha recibido otras ofertas.

O el vendedor de autos usados que dice que el vehículo arranca sin problemas incluso en una fría mañana de invierno sin revelar que se había roto la semana anterior.

Ambos están diciendo hechos ciertos, pero enmascaran la verdad de una casa y un auto poco interesantes.

Te puede interesar:

Tergiversar es útil

Pero usar verdades para engañar es seguramente tan habitual porque resulta una herramienta útil.

Y es que, según Rogers, tener objetivos que compiten entre sí. “Queremos conseguir nuestro propósito, como vender la casa o el auto, pero también queremos que se nos vea como una persona ética y honesta”.

Rogers afirma que estos dos propósitos están en tensión y la gente cree que es menos censurable usar verdades para engañar que directamente mentir.

Los problemas que provoca esta manera de pensar son obvios en la sociedad actual. El público está claramente harto de que le mientan y la confianza en los políticos está bajo mínimos.

Una encuesta de 2016 señaló que la confianza de los británicos en los políticos era menor que en agentes inmobiliarios, banqueros y periodistas.

Y pese al hecho de que ahora esperamos que sean frecuentes las mentiras de los que detentan posiciones de poder, sigue siendo un reto detectarlas en tiempo real, especialmente cuando se usa una verdad para manipular.

El psicólogo Robert Feldman, autor de “El mentiroso en tu vida”, lo considera preocupante tanto a nivel personal como general.

“Cuando nos miente alguien con poder, arruina nuestra confianza en las instituciones políticas, hace que la población se vuelva muy cínica acerca de sus motivaciones reales”, afirma Feldman.

Mentir puede y de hecho sirve para tortuosos propósitos sociales. Puede ayudar a alguien a pintar un panorama mejor que la verdad o servir a un político a esquivar una pregunta incómoda.

“No es ético y empeora la democracia. Pero es como funciona el ser humano”, considera Rogers.

Desafortunadamente, la prevalencia de las mentiras puede ser consecuencia de la manera en que nos han educado.

Las mentiras juegan un papel importante en nuestras interacciones sociales cuando somos jóvenes.

A los niños se les cuentan leyendas sobre los dientes de leche o Papa Noel, y les animamos a ser mostrarse agradecidos ante ofrecimientos o regalos no deseados.

“Los niños reciben mensajes contradictorios”, dice Feldman.

“Al final, lo que aprenden es que aunque la honestidad sea la mejor política, también hay momentos en que es necesario mentir”.

Así que la próxima vez que escuches un hecho que parece extraño o alguien evitando una pregunta, que sepas que lo que crees que es la verdad puede ser engañosa.


En esta nota

Cultura habitos Noticias Curiosas de Salud Salud sociedad

Suscribite al boletín de Noticias

Recibe gratis las noticias más importantes diariamente en tu email

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y Google Política de privacidad y Se aplican las Condiciones de servicio.

¡Muchas gracias!

Más sobre este tema
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain