La divertida historia del descubrimiento del gas de la risa
En 1799, Humphry Davy, de 20 años, comenzó a experimentar con gases recién descubiertos y el óxido nitroso le resultó muy placentero
En abril de 1799, un audaz y curioso científico decidió hacer un experimento para descubrir los efectos de los gases en el cuerpo humano… su cuerpo humano.
Con dos asistentes observándolo, se puso una máscara de seda en la cara y con una boquilla de madera metódicamente se dispuso a inhalar cuatro cuartos imperiales (4,5 litros, aproximadamente) de hidrocarbonato.
Tras el tercer cuarto, colapsó, y -según escribió más tarde en su diario- “parecía que me hundía en la aniquilación y que apenas tenía fuerzas para quitarme la boquilla de mis labios abiertos“
Consiguió tambalearse hasta su jardín, donde volvió a caerse con dolor en el pecho. Uno de sus dos asistentes le dio oxígeno y le ayudó a meterse en la cama, donde vomitó entre “intensos dolores”.
Posteriormente, sufrió náuseas y pérdida de memoria.
No sorprende. ‘Hidrocarbonato’ era el nombre que se le daba al monóxido de carbono en el siglo XVIII.
El joven de apenas 20 años de edad tuvo suerte de haber salido vivo de esta experiencia. Pero aun así, una semana después ya estaba otra vez en el laboratorio con la máscara puesta, listo para inhalar gases para ver cómo reaccionaba su cuerpo.
Gracias a esa serie de experimentos increíblemente peligrosos que Davy se aplicó a sí mismo y conocemos hoy los efectos del monóxido de dinitrógeno, mejor conocido como el gas hilarante o gas de la risa.
El contraste con la reacción que le había producido el hidrocarbonato no podía haber sido mayor.
“Este gas me subió el pulso, me hizo bailar por el laboratorio como un loco y ha mantenido mi ánimo resplandeciente desde entonces”, le escribió a un amigo.
Pero, ¿quién era este arriesgado científico?
La era de los gases
Cuando estaba haciendo esos experimentos Davy apenas había cumplido los 20 años.
Había nacido en Penzance, un municipio al sudoeste de Inglaterra, y su padre era un carpintero.
Un filántropo de la zona pagó su educación y a los 16 años ya leía sobre los grandes descubrimientos químicos mientras intentaba hacer sus propios experimentos caseros.
En esa época, había mucho interés en los gases recién descubiertos. La idea de que el aire tuviera varios componentes era muy reciente.
El químico francés Antoine Lavoiser y el inglés Joseph Priestly habían descubierto el oxígeno en 1778, el año en el que nació Davy.
Thomas Beddoes, un doctor de Bristol, estaba convencido de que algunos de estos gases guardaban el secreto para curar enfermedades, sobre todo, la tuberculosis.
En cierto modo, tenía sentido. El oxígeno había probado tener un efecto restaurativo y la tuberculosis afectaba los pulmones.
Beddoes fundó un “Instituto Neumático” (pneuma en griego antiguo significa “respiración”) y contrató a Davy, de 19 años, para que lo ayudara.
Tras su aventura con el monóxido de carbono, estaba claro que este gas no iba a resultar una gran medicina.
A primera vista, el monóxido de dinitrógeno debe haber parecido igual de inútil. Se pensaba que era letal y se sabía que explotaba a altas temperaturas. Pero Davy tenía que comprobarlo por sí mismo.
James Watt (conocido por su máquina a vapor) diseñó el equipo que Davy utilizó en un principio para inhalar gas.
Más adelante, usó una caja de gas portable, en la que podía meterse. Estaba sellada con unas telas presionadas y papel pintado y tenía válvulas para introducir y expulsar los gases.
Davy calentó nitrato de amonio, recogió el gas que soltaba en fuelles hidráulicos y lo pasó por agua para purificarlo.
Puso el gas en bolsas verdes de seda engrasadas y luego, sin saber lo que podría ocasionarle, lo inhaló mientras un asistente de laboratorio le tomaba el pulso.
Era temerario a la hora de experimentar pero muy cuidadoso y metódico a la hora de hacer ciencia.
Medía con precisión las cantidades de gas que inhalaba y nunca le daba a ningún paciente algo que hubiera probado antes en sí mismo.
Tras inhalar cuatro cuartos de monóxido de dinitrógeno, Davy dijo haber sentido un hormigueo muy placentero, en especial, en su pecho y extremidades.
“Los objetos a mi alrededor se volvieron resplandecientes y mi oído más agudo”.
“Inhalaciones celestiales”
Esto le sorprendió. Tal vez el monóxido de dinitrógeno podía ser la cura de algún mal.
Sometió el gas a experimentos rigurosos ejecutados a ciegas.
Le pidió a pacientes de la clínica Beddoes que lo inhalaran pero no les dijo la cantidad ni si se trataba sólo de aire.
Registró sus pulsaciones, espasmos musculares, rubores y cualquier histeria o confusión. Algunos lo encontraron muy agradable.
Una mujer tuvo una reacción muy fuerte.
“Comenzó a sollozar de forma muy violenta, luego alternó llantos con risas… Continuó en este estado histérico durante casi dos minutos. Sus movimientos musculares eran extrañamente violentos”.
Pero Davy no sólo sometió el gas a una investigación científica meticulosa. No hay que olvidar que apenas tenía 20 años.
Al descubrir los efectos estimulantes del monóxido de dinitrógeno, invitó a sus amigos a probarlo.
Anna Beddoes, la joven esposa del doctor, lo hizo. Su hermana, la novelista Maria Edgeworth escribió sobre sus “sensaciones eufóricas”.
El hijo de James Watt, Gregory, lo probó y lo llamó “inhalaciones celestiales”.
El poeta Robert Southey, que entonces tenía 23 años, le escribió a su hermano: “¡Ay, Tom! Davy ha descubierto un gas, el monóxido gaseoso. Probé un poco, me hizo reír y sentir un hormigueo en cada dedo del pie y de las manos. Davy ha inventado en realidad un nuevo placer para el cual la lengua aún no tiene nombre. ¡Ay, Tom! ¡Voy a probar más esta noche! ¡Lo vuelve a uno fuerte y feliz! ¡Tan gloriosamente feliz!”
Se trataba de algo muy novedoso. Un químico manufacturado, un gas que podía afectar las emociones y los pensamientos.
El monóxido de dinitrógeno fue el primer indicio de que los sentimientos profundos del corazón y el cerebro podían ser susceptibles a la química.
Davy aumentó la dosis. Se encerró en la caja de gas y recibió el monóxido de dinitrógeno cuarto por cuarto hasta alcanzar los ocho cuartos, además de otros 20 a través de la boquilla.
La experiencia fue intensa.
“Por grados, mientras las sensaciones placenteras incrementaban, perdí toda conexión con las cosas externas. Trenes de imágenes vívidas pasaron por mi mente y se conectaban con las palabras de una manera tal que producía percepciones completamente innovadoras. Yo existía en un mundo de ideas innovadoramente conectadas e innovadoramente modificadas que teorizaba. Imaginaba que había hecho descubrimientos.”
“Cuando el doctor Kinglake, que quitó la boquilla de mi boca, me despertó de este trance semi delirante; indignación y orgullo fueron mis primeros sentimientos… Mis emociones eran entusiastas y sublimes, y por un minuto caminé por la habitación sin importarme en absoluto lo que me decían… Con la creencia más intensa y los modales más proféticos, le dije al doctor Kinglake: ‘¡Nada existe, sólo los pensamientos! El universo está compuesto por impresiones, ideas, placeres y sufrimientos‘”.
No había encontrado una cura para la tuberculosis, pero sí había hallado algo.
Escribió un libro sobre su investigación. En junio de 1800, Davy publicó sus resultados como Investigaciones Químicas y Filosóficas, principalmente sobre el monóxido de dinitrógeno, en la que se fundamenta su reputación.
Científico estrella
Tras dejar al doctor Beddoes, Davy empezó a trabajar en la Royal Institution, donde daba conferencias que atraían multitudes. Era su científico estrella y ganó mucha popularidad entre las mujeres, que le dejaban cartas de amor en sus libros y apuntes.
Fue el pionero en el uso de la electricidad para dividir químicos comunes en sus componentes primarios. Una serie de experimentos dramáticos que le permitieron descubrir el sodio y el potasio.
También participó en el descubrimiento de muchos otros elementos.
Nunca cesó en su uso temerario de los químicos . En 1812, resultó herido de gravedad en un accidente de laboratorio y requirió de ayuda para escribir mientras sus ojos se recuperaban.
Contrató como asistente a una joven promesa: Michael Faraday, el futuro descubridor de la inducción electromagnética, el diamagnetismo y la electrólisis.
Pero Davy nunca volvió a investigar el monóxido de dinitrógeno, aunque sí notó que tenía un efecto analgésico y tenía potencial para usarse en operaciones quirúrgicas.
El gas de la risa no fue usado como anestésico hasta 1844 para una operación dental, pero sí siguió usándose como una droga recreativa en “fiestas del gas de la risa” entre las clases altas.
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