Un reencuentro del Día de las Madres entre la emoción y la tristeza
Lydia Cardona viajó desde Puerto Rico a ver a su mamá de 95 años en el hogar de ancianos San Vicente de Paul, y aunque la abuela ha perdido la memoria, la visita de su hija fue un regalo que la llenó de alegría
Josefina Lugo tiene 95 años, y desde el 2012, cuando su nieta decidió traérsela desde Puerto Rico a vivir en Nueva York, no veía a su hija Lydia Cardona, de 68 años. Y como regalo del Día de las Madres, la organización Archcare, de la Arquidiócesis, hizo todos los arreglos para que se diera el reencuentro en el hogar de ancianos San Vicente de Paul, en El Bronx, el jueves pasado.
Sintiendo mariposas en el estómago y una emoción evidente, la hija de doña Josefina viajó muy temprano desde Puerto Rico a la Gran Manzana para abrazar a su mamá. Y aunque las dos se veían muy alegres cuando estuvieron frente a frente, la pérdida de la memoria de doña Josefina entristeció un poco a la menor de sus retoños, pero la escena que vivieron estuvo repleta de gracia y mucho amor.
–“¿Tu sabes quién soy, mami?”, preguntó Lydia, mirando fijamente a su madre, sentada en una silla de ruedas, mientras la viejita intentaba hurgar entre sus recuerdos. De pronto, con una sonrisa infantil, pero llena de felicidad, le dijo:
– “Yo me llamo Josefina, y sé que yo te conozco de algún lado, tal vez de Ponce o del pueblo, pero es que a mí se me olvidan las cosas, porque tengo mucha edad. Dicen que tengo 95, pero yo creo que tengo más”.
Las risas se apoderaron de la salita donde se dio el encuentro, en el tercer piso del hogar geriátrico en El Bronx y luego vino un momento lleno de ternura.
–“Mamá, Tú sabes que yo soy Lydia, tu hija”, respondió la puertorriqueña, mientras le consentía el rostro a su madre, con un poco de melancolía, que la señora rompió con una carcajada.
-“No me acuerdo de ti. Mira como son las cosas. Eres la hija mía y no me acuerdo… es que yo ya tengo edad y se me olvidan las cosas. Pero si eres la hija mía, entonces te vas a quedar en mi cuarto, conmigo, ese cuarto es grandísimo”, decretó doña Josefina, quien lucía un vestidito de flores y un saco de lana rosado que la hacían ver como un princesa, muy distinta a sus días de infancia, donde ni siquiera tenía zapatos. “Una amiguita me peinó y me pusieron pintalabios”, agregó la viejita, haciendo que los ojos de su hija se llenaran de lágrimas.
“Me siento bien de verla, pero triste al ver que ella no me reconoce. Ella no ha cambiado mucho en la carita, solo que le veo un poco más chupadita, pero se ve bien”, dijo Lydia, quien agregó con dolor que hace un par de años, debió separarse de su madre a fuerza, tras 18 años de haberla cuidado, pues su salud se complicó, y una familiar no la trató con la misma entrega y afecto.
“Me dolió mucho cuando mi sobrina se la trajo para acá, pero esa es otra historia que prefiero no tocar. A mí dio cáncer y me tuvieron que operar de los intestinos y no la pude cuidar. Ella se la trajo y me la abandonó por un sitio allá, pero hablé con una amiga mía que me ayudó y me refirió a este centro y la saqué de allá y siempre estamos hablando por teléfono, pero no había podido venir por mi salud y porque no tenía donde quedarme”, comentó la hija de doña Josefina, quien celebrará el Día de las Madres el domingo en una fiesta que tienen en el hogar de ancianos, gracias a Archcare, que cubrió todos los costos del viaje.
-“Me encantaría prepararle vianda con bacalao y con cebolla frita y aceite de oliva, que era su comida favorita”, mencionó Lydia, como pérdida también entre sus recuerdos que de esos días en que su madre trabajaba en limpieza en su natal Ponce, para sacarla adelante a ella y a sus cinco hermanos. Y sin dejar de consentir a su madre, mientras hablaba, de nuevo la abuelita, quien perdió ya a cuatro de sus hijos, entró de nuevo en acción.
-“La hija mía hace de todito. Ella hace arroz, habichuelas, carne, entonces tenemos que ir a buscarla allá en el pueblo… pero no voy a comer mucho porque no me quiero engordar”, dijo, con una enorme sonrisa en el rostro. “Ahora yo no me apuro por nada, me quedo tranquila, porque no me gusta mucho revolú. Aquí viene la gente a verme, pero no los conozco, porque es que yo ya tengo mucha edad. La hija mía, Lydia, no quería que yo me viniera, pero aquí estoy, pero sabe qué, yo no vivo sola… vivo con Dios”, concluyó doña Josefina visiblemente contenta, ante el rostro de su hija, del que salía una mezcla entre alegría y tristeza.
–“Feliz día de las Madres, mamá. Estás muy bonita”, le dijo Lydia a doña Josefina, tras besarle la frente.
-“Vamos al pueblo a buscar a mi hija. Ella se parece a tí…”, respondió la abuelita.