Los niños, rehenes de Trump

Inmoral, inhumana, perversa, cruel, atroz, repulsiva… Los adjetivos para describir la política de “cero tolerancia” implementada por Trump para separar a las familias de indocumentados en la frontera sur se quedan cortos.  Basta ver las caritas de terror y sufrimiento de los niños que literalmente son arrancados de los brazos de sus padres para romperle el corazón a cualquiera que tenga algo de compasión y empatía.
 
Pero en el gobierno de Trump tal parece que esos sentimientos no existen. En lugar de ello, reinan la crueldad extrema y la mentira. Tanto el presidente como altos funcionarios de su administración, entre ellos el secretario de Justicia, Jeff Sessions,  insisten en que lo único que hacen es aplicar la ley para proteger la seguridad nacional de este país y culpan a los demócratas de rehusarse a buscar una salida.
 
La realidad, sin embargo, es que no hay ninguna ley en Estados Unidos que exija la separación de familias. Lo que hay es una política creada por Trump para presionar a los demócratas a que aprueben el dinero que necesita para construir el muro fronterizo que le prometió con tanta vehemencia a sus seguidores. Para lograrlo, no se ha tocado el corazón y ha tomado como rehenes a los más vulnerables e inocentes de todos: los niños.
 
Pese a no  haber cometido crimen alguno, los pequeños son sometidos a la tortura de estar confinados en centros de detención separados de sus padres, sin saber si algún día podrán volver a verlos. No se necesita tener hijos para imaginar el trauma que una experiencia así representa para esas familias, que con seguridad quedarán marcadas para siempre por esta injusticia.
 
Millones en el mundo han reaccionado con horror ante esta práctica que contradice los principios esenciales del respeto a los derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas le ha exigido a Washington que detenga inmediatamente esta política que, “además de ser arbitraria e ilegal es una seria violación a los derechos de los niños”. 
 
En Estados Unidos las voces en contra no solamente provienen de los demócratas y de los defensores de los inmigrantes sino de algunos republicanos, entre ellos John McCain, la exprimera dama Laura Bush y Melania Trump. A ellos se han unido Michelle Obama, Rosalynn Carter y Hillary Clinton.
 
Aunque el jefe de la Casa Blanca se resiste a escuchar estas voces, no debemos dejar de presionar por todos los medios para que termine esta aberrante práctica. Si Trump desea de verdad frenar la inmigración de indocumentados y asegurar la frontera, debería trabajar con los gobiernos de Latinoamérica para atacar los flagelos que obligan a emigrar a miles: la miseria y la violencia. La respuesta no es y nunca será sacrificar a los niños.
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