Ese día que se van a la universidad…
Lo que aprendí hace 4 años cuando mi hija comenzó a ser adulta
El día que dejé a mi hija Dominique en el pre kinder, hace 19 años la profesora me la arrebató de los brazos y me dijo en voz baja y como si la experiencia se lo estuviera dictando al oído: “Es mejor que se vaya rápido, las despedidas no deben ser muy largas…”. Recuerdo que cuando la fui a recoger, 3 horas después, la niña tenía los ojos hinchados de llorar.
Hace 4 años, cuando la dejé en aquel dormitorio chiquitico y desangelado de la Universidad, fue la propia Dominique la que me despachó rápido… y yo la que me quedé con los ojos hinchados de llorar.
Regresar a casa sin que nuestra única hija viviera ya en ella fue muy doloroso. Yo extrañaba todo lo que antes podía ser motivo de un regaño: el desorden, la música a todo volumen, las escandalosas fiestas con amigos…
En busca de alivio, decidí cerrar la puerta de su cuarto para hacerme a la idea de que estaba dormida adentro.
Pero no, mi niña adulta dormía a muchas millas de su casa… y yo sin ella no volvería a dormir nunca igual. Al principio ella puso sus reglas. Y la primera fue tajante: “Mami, déjame extrañarte. Déjame aprender a ser adulta”.
Este año más de 5 amigos míos han dejado a sus hijos por primera vez en la Universidad. Lejos de casa. Y a todos me dan ganas de abrazarlos, llorar con ellos y decirles que entiendo perfectamente su tristeza.
“No quisiera decir que estoy triste porque este paso es una magnifica oportunidad para ella”, me dijo Raúl de Molina cuando le pregunté como se sentía con su hija Mia viviendo en la Universidad. “Digamos que se queda uno muy preocupado”.
Cuatro años después de haber recorrido esos mismos caminos, sólo les puedo decir a mis amigos que poco a poco la tristeza se va convirtiendo en ilusión. En la ilusión de esa primera vez que ellos regresan a casa y piden que les preparen lo que más le gusta comer… En esa primera cena de Acción de Gracias y esa Navidad en la que hay más felicidad que todas las anteriores… porque ellos están de regreso.
En esa sorpresa deliciosa cuando ellos o uno se aparecen sin avisar. En ese primer verano donde toda la familia vuelve a estar unida en las vacaciones. En esa primera vez cuando te abrazan, te confiesan cuánto han extrañado su casa y entonces entiendes que ellos han sufrido igual que tú, pero que este es su primer examen de madurez y lo quieren pasar con honores.
Mientras tanto, hay que darle gracias a la tecnología por el app que te los localiza, enseñarles como deben protegerse en esa ruta, a veces complicada, que los lleva hacia sus sueños, y no olvidarnos nunca de pedir siempre, siempre, refuerzo al cielo.