Más allá de los síntomas en la frontera

No cesa la polémica por la esta inhumana práctica del gobierno Trump

No cesa la polémica por la esta inhumana práctica del gobierno Trump Crédito: John Moore/Getty Images

Hace poco tiempo viajamos al Triángulo Norte de Centroamérica —Honduras, Guatemala y El Salvador— para entender mejor la ola de emigrantes que buscan refugio en los Estados Unidos.  Aprendimos con claridad que, si nos enfocamos únicamente en las cifras en el límite estadounidense, nos concentramos en los síntomas y obviamos las causas subyacentes y la realidad a miles de millas hacia el sur.

En nuestro viaje de cinco días muchas personas generosas compartieron su tiempo y perspectivas con nosotros. Gracias a los esfuerzos de Catholic Relief Services, nos reunimos con funcionarios del gobierno de los países locales y de los Estados Unidos, varias ONG, organismos humanitarios, dirigentes sindicales, líderes de la Iglesia, funcionarios de servicios migratorios, agricultores, familiares y jóvenes.

Con la ayuda de estas fuentes pudimos obtener una perspectiva clara, pero desgarradora: muchas comunidades en estos países son destruidas por la violencia pandillera, la extorsión, la falta de oportunidades y la pobreza generalizada.  La gente es expulsada de sus hogares y frecuentemente desplazada más de una vez dentro de sus propios países antes de tomar la decisión de huir hacia el norte. Las historias compartidas son traumáticas: una madre les dio anticonceptivos a sus hijas en caso de que fueran violadas mientras viajaban hacia el norte; muchas familias son obligadas a pagar “impuestos” a las pandillas y tienen demasiado miedo de buscar ayuda por parte de autoridades corruptas; organizadores sindicales son atacados violenta y mortalmente. Un panorama desalentador, sin dudas, pero también vimos indicios de progreso.  Notamos una esperanza de cambio entre varias personas; una esperanza que parece ser más fuerte de lo que podríamos haber imaginado, dados los obstáculos alarmantes.

También resultó evidente que la ayuda de los EEUU tiene un impacto positivo en el Triángulo Norte.  Visitamos un programa juvenil en un vecindario en el cual las pandillas ejercen violencia y en donde tuvimos que tomar más medidas de seguridad para transitar. Este programa asistido por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y llevado a cabo por varias ONG ha estado brindado una alternativa eficaz a la vida en pandilla, además de empleo y capacitación en habilidades para la vida y oportunidades para cientos de jóvenes cada año.   Los programas de este estilo crearon oportunidades que marcan la diferencia al permitirles a las familias permanecer en sus hogares y eliminaron la necesidad de emigrar para algunas de ellas.

¿Estas iniciativas son perfectas y suficientes? No, pero ¿deberían ser eliminadas y desprovistas de financiación? ¡Claro que no!  Por desgracia, recientemente se amenazó con quitarles asistencia, lo que podría empeorar las condiciones en estos países y aumentar la ola de emigrantes en la frontera de los Estados Unidos.

Afrontar la violencia trae algo de esperanza.  Se observó una disminución en la cantidad de homicidios en los tres países.   En Honduras, los nuevos requisitos educativos y los aumentos salariales mejoraron la calidad policial.  Parece razonable establecer una relación. Las cosas marchan hacia una mejor dirección aunque —volvemos a aclarar— no sean perfectas y la gente no lo perciba así de manera uniforme.

Los cruces en la frontera estadounidense han disminuido durante años, pero el alza de familias que buscan asilo, mayormente hondureñas y guatemaltecas, es preocupante. Es el resultado de muchas personas tratando de escapar de la pobreza devastadora o de granjas en quiebra como consecuencia de los precios volátiles del café y las sequías relacionadas con el cambio climático. Muchos escapan de la violencia, obligados por parte de las pandillas u otras amenazas a abandonar sus hogares. Mujeres huyen de la violencia y la agresión sexual, incluso del femicidio.

Vimos los rostros de agricultores.  Escuchamos historias de abuelas. Oímos las voces de obreros de fábrica. Cruzamos miradas con jóvenes esperanzados.  Aprendimos que la inmensa mayoría de nuestros vecinos en el Triángulo Norte no quiere emigrar a los Estados Unidos, pero está siendo impulsada a buscar refugio para salvar sus vidas y proteger y mantener a sus familias.

Describir la crisis actual “en la frontera” en maneras que demonizan y malinterpretan la realidad empeora el problema y nos impide adoptar políticas eficaces para enfrentarla.

En lugar de generar más daño, deberíamos hacerle frente a los problemas fundamentales que obligan a muchos a buscar refugio y comprometernos con programas a largo plazo que disminuyan la necesidad de emigrar. Nuestro país necesita una reforma inmigratoria exhaustiva y generalizada que trate con dignidad y respeto a las personas que buscan asilo.

Quizá el azar, o, mejor dicho, la gracia divina, nos trajo el quinto día de Pascua de Resurrección y el sexto día de Pesaj, a la capilla en la que el arzobispo San Oscar Romero entregó su vida en nombre de su gente salvadoreña.  Mientras rezábamos juntos en este lugar sagrado, nosotros —un funcionario electo, un líder sindical y un director de una entidad religiosa no lucrativa— nos percatamos que tanto Pascua como Pesaj marcan el triunfo de la esperanza y la transformación por sobre la oscuridad de la esclavitud, el sufrimiento y la muerte.

Aprendimos y, por ende, compartimos el entendimiento que nosotros, en los Estados Unidos, necesitamos ver más allá de la frontera del sur para ver los rostros de nuestros vecinos en el Triángulo Norte, quienes necesitan ayuda sólida y perseverante para que la realidad actual extrema sea transformada en un futuro de mayor seguridad y oportunidades para todos.

-Monseñor Kevin Sullivan es director ejecutivo de Catholic Charities of New York, Stuart Appelbaum es el presidente del Retail, Wholesale and Department Store Union (Sindicato de Venta Minorista, Venta Mayorista y Tienda Departamental) y Thomas P. DiNapoli es el contralor del estado de Nueva York

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