“Abandoné a mi hija cuando era una bebé y 16 años después me salvó la vida”
Cuando Matjames Metson tocó fondo luego del huracán Katrina, fue la hija a la que no había visto por 16 años quien le devolvió la esperanza
Después de perder todo en el horror del huracán Katrina, el artista Matjames Metson quedó en bancarrota, traumatizado y estaba “listo para el final” cuando recibió una llamada telefónica inesperada. Era de la hija que no había visto desde que era un bebé, quien le dio una razón para vivir.
Matjames Metson tenía 16 años cuando conoció a la futura madre de su hijo.
“Selanie entró en mi clase de historia estadounidense y me quedé impresionado. Pensé, ‘Dios mío, ¿quién es? ¡Necesito saber quién es esa persona’!”, cuenta.
Los padres de Matjames eran artistas y su padrastro trabajaba como profesor de arte en numerosas escuelas de arte.
“Parecía que nos movíamos sin parar“, recuerda Matjames. “Así que nunca tuve la oportunidad de hacer amigos de verdad. Conocía gente y luego nos íbamos, así que siempre existió esta distancia que todavía hoy mantengo”.
Pero después de una estancia en el sur de Francia la familia se mudó al pequeño pueblo de Yellow Springs en Ohio, donde conoció a su primera novia, Selanie.
“Tuvimos una relación durante varios años y luego terminó. Pero después tuvimos lo que ahora llaman ‘un ligue’ y Selanie quedó embarazada, pero ya no éramos una pareja“, relata.
Para ese entonces Matjames tenía 18 años y no se sentía listo para convertirse en padre.
“Estaba completamente aterrorizado. Puso mi mundo al revés”, confiesa.
“No tenía las facultades para lidiar con eso en ningún sentido. Era demasiado joven, demasiado ingenuo y no sabía qué hacer”, dice.
Selanie dio a luz a una niña llamada Tyler.
Después del nacimiento de Tyler, Matjames se encontró con Selanie en la entrada de la Reserva Natural Glen Helen, donde abrazó al bebé por primera vez.
“Sostuve a Tyler en mis brazos durante unos 30 segundos, más o menos. Y eso fue todo”, cuenta.
“A nivel emocional no la sentía como mi hija. Pero sabía que biológicamente estaba involucrado y pensé, ‘Dios mío, esto es realmente duro. No sé cómo reaccionar ante esto. No sé que hacer'”, recuerda.
Matjames dice que ahí comenzó una vida huyendo de todo.
“Fue de uno de esos momentos en que hay que luchar o escapar. Y como en ese momento tenía cero autoestima elegí huir, y seguí haciéndolo”.
Después de pasar algún tiempo en Montreal y Boston, Matjames finalmente llegó a una bulliciosa y vibrante Nueva Orleans a la edad de 19 o 20 años.
“Era un niño, todavía joven para mi edad, emocionalmente hablando, y de repente aquí estoy en un lugar muy exótico y muy diferente. Supongo que era un buen lugar para esconderse“, dice.
Pero si se estaba escondiendo de su pasado, no podría escapar completamente de él.
En una novela gráfica sobre su vida que Matjames produjo más tarde, una imagen lo muestra encorvado, cargando con el gran peso de la culpa sobre sus hombros. Se siente como llevar un “bloque de carga de 16 toneladas”, explica.
Y esto contribuyó a un colapso mental que hizo que lo internaran en una institución “por bastante tiempo”.
Cuando fue dado de alta, se convirtió gradualmente en una cara conocida en el barrio francés de Nueva Orleans, una ciudad famosa por su vida nocturna, su música y el abundante bourbon.
“Entré como un residente bastante anónimo de Nueva Orleans, pero salí y me dio una especie de mística, y de repente conocía a todos. Estaba viviendo en el armario de alguien y no tenía nada excepto mis plumas, así que iba al café, al bar o donde quiera que estuviera la gente y me abrazaban como personaje y espectáculo”, recuerda.
Siempre había sido un artista, pero ahora comenzó a llamar más la atención. Como no tenía un hogar permanente, todo su trabajo tenía que ser en papel.
Y más tarde, cuando se convirtió en “un animal más doméstico”, comenzó a hacer arte de ensamblaje, recogiendo objetos abandonados y pegándolos en esculturas.
Nueva Orleans era un tesoro para esto, recuerda. Dondequiera que miraras, incluso en el suelo, podías encontrar el equivalente artístico de polvo de oro, como las primeras fotografías estadounidenses que tenían 100 años.
Matjames también encontraba belleza en la reutilización de materiales como fósforos de madera y los palitos de las paletas.
Y tuvo éxito, haciendo arte “como un demonio” y exhibiendo en espectáculos en la ciudad, mientras se mantenía trabajando en bares y montando en bicicleta por la ciudad, repartiendo pizza.
Mientras tanto, su hija, Tyler Hurwitz, estaba creciendo en Yellow Springs con su madre, Selanie, otra artista talentosa.
Tyler recuerda haber acompañado a su madre en un aprendizaje de tapicería a la edad de cuatro años.
“Estuve sumergida en un ambiente creativo básicamente desde el momento en que nací, y eso nunca ha terminado”, dice.
Su casa era feliz. Selanie se había casado y tenía otra hija, y al crecer en una familia llena de cariño, Tyler no estaba muy interesada en su padre biológico.
“Estaba tan rodeada de tantas personas, familiares y amigos, todo el tiempo, que creo que realmente no pensé en eso”, dice Tyler.
“No era algo que rondara en mi mente, así que nunca me preguntaba quién era mi padre, o dónde estaba, o por qué no estaba allí”, recuerda.
“Y como nunca pregunté, realmente no lo sabía”, cuenta.
Al igual que su madre, Tyler se convirtió en una experta en tapicería de muebles y en una artista experta.
A la edad de 30 años, Matjames era considerado uno de los artistas “locales” de Nueva Orleans, a pesar de que había vivido las dos primeras décadas de su vida en otros lugares.
También tenía un trabajo permanente restaurando herramientas de constructores antiguos. Y sus dos perros, Pikachu y Pearl, eran todo para él.
“De repente pensé… ‘No puedo creer que haya sobrevivido hasta los 30′“, cuenta.
Había tenido una mentalidad de “vive rápido, muere joven”, y decidió que era hora de reducir la velocidad. Primero se mudó del barrio francés, luego dejó Nueva Orleans por completo durante unos años y regresó en la primavera de 2005.
“Consigo un apartamento, desempaco mis cosas y ahí es cuando golpea Katrina“, recuerda.
El huracán Katrina devastó Nueva Orleans en agosto de 2005, inundando grandes áreas de la ciudad. Cerca de 2.000 personas murieron, un millón fueron desplazadas y hubo un colapso aterrador de la ley y el orden.
“Fue una destrucción total”, dice Matjames, quien todavía está afectado por lo que presenció. “Si cierro los ojos todavía puedo verlo”, manifiesta.
“Se perdieron muchas vidas, nada funcionaba. Las tiendas no abrían, no se podía comprar comida, el crimen era una locura. Muchísimas personas simplemente perdieron sus casas y posesiones, todos estábamos desesperados”, recuerda Matjames.
Su apartamento quedó anegado y perdió la mayoría de sus pertenencias, incluidas casi todas sus obras de arte.
Y temiendo no poder llevarse a sus amados perros con él, Matjames permaneció en las ruinas de la ciudad durante ocho días, hasta que un día encontró un teléfono público que funcionaba, llamó a su madre para avisarle que estaba a salvo y luego llamó a un amigo que le ayudó a trasladarse junto a Pikachu y a Pearl a Los Ángeles.
Se mudó a un departamento muy pequeño en una concurrida intersección en el distrito de Koreatown en Los Ángeles, con equipos de demolición trabajando por todas partes.
“Una vez que me mudé a este piso, literalmente derribaron todos los edificios que me rodeaban. Entonces, el pequeño edificio de cuatro pisos en el que estaba de pronto se llenó de ratones, cucarachas y drogadictos“, cuenta.
“Alguien me dio un futón, tenía un pequeño televisor en blanco y negro y tal vez un par de camisetas y eso era todo”, recuerda.
Matjames dice que sus perros no solo eran sus mejores amigos, sino también sus hijos, sus confidentes e incluso sus compañeros de comida.
“Cuando conseguía algo de comida para mí, ellos recibían algo”, explica. “Y cuando no tenía comida normal, comía algo de la de ellos. Metía la mano en la bolsa de comida para perros y comía puñados de croquetas secas”, revela.
Encontró un empleo en otra parte de la ciudad, trabajando en una tienda de suministros de arte por US$7 la hora, pero tenía que pedir algo de dinero poder pagarse el boleto hasta allá.
Cada vez que sonaba el teléfono, era para transmitiruna mala noticia de un amigo de Nueva Orleans que sufría las secuelas de la tormenta.
Matjames cree que muchos de ellos sufrían trastorno de estrés postraumático, que puede tener consecuencias devastadoras. “Algunas personas bebían, otras tomaban narcóticos, algunas personas se suicidaron”, lamenta.
Matjames dice que él se apagó emocionalmente y que se sentaba en su apartamento solo mirando el televisor, sin siquiera cambiar el canal. No podía hacer arte y dice que estaba “preparado para el final”.
“Mi capacidad para la autoconservación se me estaba escapando, escapando, escapando y realmente no tenía a dónde ir, hasta la llamada telefónica que no solo me salvó la vida, sino que también me la cambió”, recuerda.
Tyler, que entonces tenía 16 años, estaba limpiando su habitación cuando su madre entró y le entregó un pedazo de papel. Por un lado había un número de apartado postal y por el otro un número de teléfono móvil. Su madre le dijo que así podía contactar a su padre biológico.
“Creo que ella simplemente tropezó con eso en una pila de papeles y dijo: ‘Oh, mejor dale esto a Tyler en caso de que quiera llamar'”, cuenta Tyler.
“No le dio mucha importancia, pero específicamente me pidió que escribiera en lugar de llamar, pero minutos después de que me diese el papel llamé al número. Creo que parte de mí realmente no esperaba que alguien respondiera, así que no pensé mucho en eso”, recuerda.
“Tenía esta mentalidad de ‘No tengo nada que perder’. Entonces, cuando respondió, no estaba emocionada y no estaba nerviosa”, cuenta.
Tyler dice que ni siquiera había tomado una decisión consciente de llamar, simplemente estaba actuando espontáneamente.
Matjames, por su parte, temía que fueran más malas noticias sobre uno de sus amigos, y luego escuchó la voz de Tyler.
“¿Alguna vez has escuchado el nombre de Tyler?” le dijo ella.
Matjames respondió: “Tyler, he estado esperando esta llamada durante 16 años“.
“Entonces le pregunté: ‘¿Me odias?'”, recuerda Tyler.
“Le dije: ‘Realmente no te odio. ¿Me odias a mí?‘”, cuenta Matjames. “Y ella dijo ‘No’. Y ahí estaba, un artista traumatizado y confundido que no tenía nada que ofrecerle, pero hablamos de música y hablamos de esto y aquello”.
Tyler dice que cuando terminaron la llamada no planearon cómo mantenerse en contacto, pero sabían que podían llamarse si querían.
Para Matjames, la llamada fue transformadora.
“Realmente sentí que mi columna vertebral se enderezó y mis ojos se abrieron, dejé de mirar al suelo y comencé a decir: ‘Bueno, aquí estoy en Los Ángeles, mi hija piensa que es increíble, ¿tal vez debería pensar que es increíble?'”, cuenta.
Dice que quería impresionar a Tyler y que la única forma en que sentía que podía hacerlo era a través de su creatividad.
“No voy a poder hacerlo con mi casa o mi cuenta bancaria o mi ropa. Voy a ser el mejor artista que pueda ser, y eso es algo que he retomado y no he dejado. Y se lo debo todo a Tyler“, afirma.
Mientras se recuperaba lentamente, Matjames comenzó a producir y exhibir su trabajo nuevamente. Pudo mudarse a un departamento mejor y unos años más tarde, cuando se abrió una nueva exhibición de su trabajo, Tyler voló a Los Ángeles para encontrarse con él por primera vez.
“Estaba nerviosa, lo que creo que es comprensible”, explica Tyler. “Pero en el momento en que nos conocimos, me sentí bien, me sentí natural y normal y estaba perfectamente contenta de ser yo misma”.
Ella instantáneamente también notó las semejanzas físicas.
“Tengo el pelo rizado y mi madre tiene el pelo liso y siempre ha sido una situación tratar de descubrir cómo lidiar con mi cabello”, dice ella. “Entonces, cuando conocí a Matjames, pensé, ‘Bueno, los dos tenemos el cabello rizado, eso lo explica’. Y tenemos manos similares y ambos tenemos ojos verdes”.
Una de las primeras piezas de arte que Tyler dice que Matjames le mostró fue una intrincada torre de ensamblaje escultórico.
“Si abres esta puerta y abres el cerrojo y deslizas esto y miras hacia abajo, encontrarías mi nombre entre un montón de clavos”, cuenta. “Así que mi nombre está oculto en gran parte de su trabajo, hay que buscarlo, pero definitivamente está ahí y es genial saber dónde buscar”.
Ella cree que esto simboliza la motivación que le proporcionó a Matjames para reanudar su trabajo como artista.
Habiendo visitado a Matjames en su hábitat artístico, Tyler luego retó a Matjames a visitar el suyo en Ohio.
“Sabía que tenía razón y tenía que hacerlo. Fue como reiniciar algún tipo de máquina“, dice este.
“Fue una forma de asumir repentinamente mi edad y crecer y dejar de ser la adolescente que corría”, cuenta.
Mientras estaba allí, Tyler estaba tapizando un sofá y Matjames ayudó con el proyecto y fue testigo del arte de su hija en el trabajo.
“Toda mi inspiración detrás de la tapicería y mi amor por los muebles y las telas se inspiró inicialmente en mi madre”, dice Tyler, ahora de 29 años. “Así que el sofá fue realmente un proyecto en el que se juntaron las mentes de los tres”.
Conocer a Matjames también le ha permitido a Tyler conectar con sus padres -su madre, su padrastro y su padre- todos ellos artistas.
“Ser una persona creativa y de repente encontrar a la familia perdida hace mucho tiempo, solo para descubrir que literalmente todos y cada uno de ellos son artistas, es una locura”, dice Tyler, quien, inspirada por sus abuelos, ahora está estudiando nuevamente en el Departamento de Artesanía y Estudios de Materiales de una universidad en Virginia.
Con los años, Matjames y Tyler han hablado mucho sobre por qué la dejó.
“Ella entiende por qué me tuve que ir”, cuenta Matjames.
“Hablamos hace un par de semanas. Ella me dijo: ‘No podrías haber vivido aquí, no habría sido lo correcto para ti’. Así que es bueno que la persona a la que dejé comprenda claramente por qué tuve que hacerlo y no me resienta por ello, lo cual es enorme, valiente y realmente extraordinario”, dice.
Tyler reconoce que existe un estigma social asociado con los padres que dejan una familia, pero dice que lo que hizo Matjames fue lo mejor para él y, en última instancia, también para ella.
Si se hubiera adherido a los “estándares sociales” y lo hubiera juzgado negativamente, no habría logrado nada, considera. En cambio, ha ganado una nueva familia, una nueva fuente de inspiración y está “viviendo una gran vida”.
Matjames Metson y Tyler Hurwitz hablaron con el programa Outlook del Servicio Mundial de la BBC (productora, Mariana Des Forges).
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