Por qué me convertí en la “aguafiestas”
Nadie sabe cómo ni por dónde le va a tocar el virus
“No te preocupes que somos menos de 10”, me dijo una amiga que me invitó a festejar el fin de año en su casa. A ella y tal vez a usted, que quizás se vaya a reunir con poca gente en estas fiestas, lamento decirles que ya esas cuentas no están funcionando.
Para contagiarse de coronavirus solo se necesita uno que haya estado en contacto con otro.
Uno solamente.
Una querida amiga que vive en otro país y que llegó a Miami con su madre y sus dos hijas, me escribe con el mismo deseo que tengo yo de verlas.
“Luzma, yo me hago el examen dos veces por semanas y mis hijas y mi mamá están súper bien cuidadas”.
El coronavirus me quitó de golpe y porrazo las buenas maneras. Enseguida le respondo que no. Que no podemos vernos porque estoy tratando de no contagiarme para proteger a mi mamá.
Dos días después, mi amiga, su mamá y sus hijas dan positivas. No saben cómo se contagiaron.
Así es la vida en este momento. Hoy no lo tienes y mañana sí.
Pero parece que nadie entiende.
Raphael da un concierto con público en Madrid, los restaurantes siguen llenos en Miami. Y también los aeropuertos. Y la gente sigue casándose con fiestas “íntimas” de 50 personas, y hay bautizos familiares de 20…
Una amiga me cuenta que en República Dominicana hubo una boda de 500 invitados y les pidieron que no subieran videos a redes sociales. Querían que fuera una boda desconectada.
Si uno solo de esos 500, 50, 20, 10 ó 5 ha estado expuesto al virus, el resto ya corre peligro.
“No es miedo, es precaución”, decía esta semana muy inteligentemente una panelista de Despierta América.
A mí no me importa ya si la gente piensa que soy miedosa, exagerada, tonta o precavida. Yo me niego a salir a buscar el virus.
En los últimos días me han invitado a bodas y a fiestas de Navidad. Me he convertido oficialmente en la “aguafiestas”. Irónicamente, la invitación me llega por el mismo Whastapp por donde me entra la invitación a las honras fúnebres de un querido amigo de mi familia que murió de covid. Alguien llegó a su casa con el virus y lo mató. Lo van a despedir vía Zoom.
Así vivimos en estos días… Pero los unos no se dan cuenta que pueden matar a los otros…
“Eso es una gripa mala…”, me dice una amiga que ya lo vivió. Mejor dicho, que lo sobrevivió. Es tan traicionero este covid que escoge a quién entrarle sin síntomas, a quién darle con dolores musculares, hay a quienes les quita el sentido del olfato y del gusto, y hay a quien le desbarata los pulmones y lo pone en la lista de los que necesitan trasplante.
Hay a quien deja en una silla de ruedas sin poder caminar, y a quien mata mientras duerme.
Nadie sabe cómo ni por dónde le va a tocar el virus. A usted que no tiene miedo y que va a fiestas como si nada, le recuerdo que quizás le dé como si fuera una gripa mala… o tal vez lo mate mientras duerme…
Esta semana, la buena noticia de la vacuna nos hizo pensar con fe que esta maldita pandemia se acabará pronto… Pero cuando veo los videos de los restaurantes repletos de gente sin tapabocas, y las fiestas sin guardar distancia, pienso que tal vez esta pandemia no va a terminar tan rápido como quisiéramos.
Y quizás no se va a terminar, tristemente, porque esas personas que viven sin cumplir las reglas del covid y van por la vida aumentando la velocidad del contagio aún no se lo merecen.
Sobre la autora
Luz María Doria es inmigrante colombiana, periodista, productora ejecutiva de Despierta América y autora de los libros “La Mujer de mis Sueños” y “Tu Momento Estelar”. Podrán encontrar su columna cada lunes en nuestro diario impreso y en este sitio web.