Butler, convertido en centro de peregrinación trumpista, recibió de nuevo a Trump
Decenas de miles incondicionales del expresidente republicano Donald Trump lo arroparon en su segundo mitin en Butler, Pensilvania, este sábado
La pequeña localidad de Butler (Pensilvania) duplicó este sábado su población para acompañar el regreso del expresidente de EE.UU. Donald Trump al mismo lugar donde casi es asesinado el 13 de julio pasado, un centro de peregrinaje para una mayoría blanca de clase trabajadora, rural y olvidada que quiere volver otros cuatro años de su “mesías”.
“Si me dicen hace unos meses que esto iba a ponerse así por las elecciones, nunca me lo hubiese creído. Estos meses la atención nos ha sobrepasado. Es un pueblo tranquilo que ahora está en boca de todo el mundo”, explica a EFE Irina Bucur, periodista del periódico local Butler Eeagle, que sirve a una comunidad de unas 13.000 personas.
Este sábado, decenas de miles incondicionales de Trump lo arroparon en su segundo mitin en este pueblo que ha pasado a la historia por el atentado y cuyo condado vota mayoritariamente republicano.
“Si ganamos en Pensilvania, ganamos en todo el país”, recordó Trump en este simbólico mitin en el que estuvo acompañado de su compañero de fórmula JD Vance, del magnate Elon Musk y de su hijo Eric y la esposa de este, Lara Trump, copresidente de un Comité Nacional Republicano convertido en un aparto del trumpismo.
“El movimiento MAGA (siglas en inglés de Hacer Estados Unidos grande de nuevo) es el mayor movimiento (político) que ha visto este país”, aseguró Trump, que comenzó este mitin con el gráfico sobre cruces migratorios que mostraba en el momento de ser tiroteado hace tres meses. “¿Por dónde íbamos?”, bromeó.
“Es muy emocionante poder volver a verle vivo en Butler. Yo estaba muy cerca de los disparos. Fue un momento muy intenso, pero hoy podemos estar aquí para acompañarle”, explica Lee Ann Galante, una celebridad local porque fue atacada por oso y que hoy ocupó un asiento en zona de invitados especiales de Trump junto a personalidades como la conservadora Laura Ingrahnm.
“¡Oh, claro que pasé mucho miedo, pero más miedo pasé cuando me atacó el oso”, explica Galante.
Seguridad y efectos especiales
En esta ocasión, el Servicio Secreto no dejó nada a la improvisación y el escenario del mitin contó con un enjambre de drones, helicópteros, más francotiradores y cristales blindados, algo que se completó con un perímetro amurallado que no dejaba ver el tejado de la nave cercana desde el que disparó Thomas Matthew Croooks antes de ser abatido.
Para animar a la concurrencia Trump echó mano de todo su arsenal de entretenimiento: un cantante de ópera, otro de country, paracaidistas que depositaron la bandera y dos pasadas del avión de candidato, el “Trump Force One”.
Blancos descontentos
El público en su mayoría era una representación casi perfecta del universo Trump, convertido ya en una marca que ha fagocitado al Partido Republicano: hombres y mujeres blancas de clase trabajadora, humildes y de más de 50 años, mientras que los asientos preferenciales estaban dominados por los cardados de señoras ensortijadas de diamantes y oro.
Musk, uno de los hombres más ricos del mundo, pidió registrase para votar porque “van a quitarnos el derecho al voto”, mientras que Trump, prometió que Estados Unidos mandará una misión tripulada a Marte en su primer mandato si gana las elecciones, algo que no levantó los mismos vítores que cuando el expresidente hizo la promesa de no gravar con impuestos las horas extra.
“Yo creo que soy el único latino. En esta zona de Pensilvania no hay mucho hispano, pero es un orgullo poder estar aquí con él hoy”, explica Javier Hernández, que el 13 de julio estaba sentado a tres filas de asientos del presidente y tiene grabada en su retina la icónica imagen de Trump con el puño en alto y la cara ensangrentada mientras grita “Fight, fight” (Pelea, pelea).
“Quería revivir ese día. Yo no era una persona involucrada en política, pero cuando vi a Trump supe que era quien el país necesitaba”, explica Hernández.
El trumpismo contó hoy con varios conversos, como Mark Henry que pintaba sin parar retratos de Trump recatado tras el tiroteo. “Comencé a pintar el mismo día que casi lo asesinan. No sé que me llevó a ello, pero fue una inspiración instantánea”, recuerda.
O Sally Shery, la enfermera que curó a Trump tras el disparo: “vi a una persona muy humana y amable. Fue un honor sostener la mano que manda esos tuits malhumorados”.
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