Columna de Ismael Cala: Ambición-Hambre de visión
Es ese fuego interno que nos invita a dejar huellas, a transformar entornos, a construir legados. La verdadera ambición no aplasta, multiplica

Cuando la ambición se encuentra con el propósito, entonces dejamos de correr detrás de logros vacíos y comenzamos a construir desde lo esencial. Crédito: Shutterstock
Durante mucho tiempo, la palabra ambición fue susurrada con vergüenza. Como si desear más —más crecimiento, más impacto, más expansión— fuera un pecado del alma. En nuestras culturas hispanas, la ambición fue frecuentemente asociada con la soberbia, el egoísmo o el desapego de los valores familiares. Nos enseñaron que ser humildes era esconder nuestros sueños, no brillar demasiado, no destacar demasiado, no desear demasiado.
Pero ¿y si la ambición no fuera un pecado, sino un llamado? ¿Y si en realidad fuera una expresión legítima del alma expandiéndose?
La ambición auténtica no es codicia. No nace del vacío interior, sino de la visión. Es hambre de propósito. Es ese fuego interno que nos invita a dejar huellas, a transformar entornos, a construir legados. La verdadera ambición no aplasta, multiplica. No excluye, inspira.
Lo que necesitamos es reconciliarnos con esa palabra. Hacer las paces con nuestra ambición. Abrazarla como un impulso natural del ser humano que desea evolucionar. Porque cuando la ambición está al servicio del bien, deja de ser una amenaza y se convierte en una bendición.
Pero claro, para hacerlo, muchas veces debemos romper con algo más profundo: las lealtades invisibles. Aquellas ataduras familiares o culturales que nos hacen sentir que si prosperamos más que los nuestros, estamos traicionando. Que si nos va mejor que a nuestros padres, debemos sentir culpa. Que si nos expandimos demasiado, corremos el riesgo de quedarnos solos.
Ese tipo de creencias reduce nuestro umbral de merecimiento. Nos sabotea desde dentro. Y nos mantiene en una zona de confort disfrazada de fidelidad.
¿De qué sirve vivir pequeños para complacer un pasado que ya no existe? ¿De qué sirve esconder el brillo si el mundo necesita faros?
La ambición con alma es la que se construye desde la coherencia interna. Desde un “sí” profundo al llamado de nuestra visión. Desde el deseo genuino de impactar positivamente al mundo.
Hoy te invito a preguntarte: ¿A qué sueños renunciaste por lealtad? ¿Qué versión tuya estás ocultando para no incomodar?
No vinimos a este mundo a encajar. Vinimos a expandirnos. Y cuando la ambición se encuentra con el propósito, entonces dejamos de correr detrás de logros vacíos y comenzamos a construir desde lo esencial.
En vez de temerle a la ambición, hagamos de ella nuestra aliada. Porque tener hambre de visión es también tener sed de evolución.
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