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Columna de Ismael Cala: Trazos de paz 

La guerra no empieza con los misiles; empieza mucho antes, en los corazones que aprenden a odiar

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Crédito: Shutterstock

El reciente acuerdo de paz entre Israel y Hamás, que contempla un alto al fuego, la retirada gradual de tropas israelíes de la Franja de Gaza y la liberación simultánea de rehenes y prisioneros, ha sido recibido por el mundo con una mezcla de esperanza y cautela. No es la primera vez que se firma un documento similar, pero cada intento de diálogo sigue siendo un acto profundamente humano: creer que, incluso después del horror, es posible reconstruir.

Sin embargo, más allá de los titulares, hay algo que debemos mirar con honestidad: el ciclo de violencia no se rompe solo con acuerdos diplomáticos. La guerra no empieza con los misiles; empieza mucho antes, en los corazones que aprenden a odiar, en los niños que crecen temiendo al “otro”, en las generaciones que heredan heridas que no sanaron.

Como líder y observador del alma humana, he aprendido que la paz no se firma, se cultiva. Y se cultiva en la forma en que hablamos del enemigo, en la capacidad de escuchar incluso aquello que nos duele, en el reconocimiento de la dignidad humana por encima de cualquier bandera.

El conflicto entre Israel y Palestina nos recuerda una lección universal: cuando una sociedad se acostumbra al dolor, comienza a justificarlo. De un lado y del otro, hay madres que lloran, niños que no entienden por qué el cielo se vuelve enemigo, familias que solo desean vivir con dignidad. La tragedia es que, en medio del ruido ideológico, esas voces quedan en silencio.

Este acuerdo puede ser un punto de inflexión, no porque garantice una paz inmediata, sino porque nos llama a una pregunta incómoda y necesaria: ¿queremos tener razón o queremos sanar?

El perdón no es olvido. La justicia no es venganza. Y la paz verdadera no se impone: se construye, ladrillo a ladrillo, con pequeñas renuncias del ego y grandes gestos de humanidad.

Ojalá este alto al fuego no sea solo una pausa en la guerra, sino el inicio de una guerra diferente: la guerra contra el odio heredado, contra la indiferencia, contra la deshumanización. Porque el verdadero enemigo no es el otro. Es lo que la guerra ha hecho de nosotros.

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