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Con 108 y 107 años, esta pareja celebra más de 80 años de amor inquebrantable

La historia de Lyle y Eleanor Gittens, casados desde 1942, fue reconocida como la pareja viva más longeva del mundo por Guinness Records

Manos ancianos

Según la pareja, no hay mucho hilo que descubrir para que una relación amorosa sea duradera. Crédito: Shutterstock

La historia de Lyle Gittens, de 108 años, y Eleanor Gittens, de 107, parece extraída de una película romántica.

Más de 8 décadas después de haber sellado su unión, la pareja acaba de ser reconocida por Guinness World Records como la pareja casada viva más anciana del planeta y también como la más longeva de la historia.

Su relación es una celebración no solo de la longevidad biológica, sino también de la capacidad de sostener el amor pese a los desafíos del tiempo, la distancia y la incertidumbre que marcaron muchos de los momentos más importantes de sus vidas.

El flechazo en una universidad histórica

La historia comenzó en los pasillos de Clark Atlanta University, a principios de los años 40. Lyle era entonces una estrella del equipo de básquetbol universitario, figura central e incluso un referente deportivo para sus compañeros. Eleanor, en cambio, era una estudiante dedicada y observadora, cuyos ojos se posaron inevitablemente sobre él en uno de los partidos del campeonato universitario. Aunque nunca recordaría el marcador de aquel juego, siempre sostuvo que ese instante cambió su vida. Según contó décadas más tarde, la sensación de haberse enamorado fue lo único que permaneció en su memoria.

Ese amor juvenil se vio interrumpido por uno de los períodos más turbulentos de la historia moderna: la II Guerra Mundial. A pesar de saber que Lyle sería convocado al servicio, ambos tomaron una decisión clave. Sin renunciar a su deseo de estar juntos, planearon su boda para el 4 de junio de 1942. El ejército le otorgó un permiso extraordinario de 3 días para viajar desde Fort Benning, en Georgia, hasta Bradenton, Florida, la ciudad natal de Eleanor. Lo llamativo fue que recién en esa ceremonia, Lyle pudo conocer a la familia de su esposa.

Tras esa breve celebración, la guerra volvió a separarlos. Lyle fue enviado a Italia con la 92ª División de Infantería, mientras que Eleanor, embarazada, se mudó a Nueva York para vivir cerca de la familia de su esposo. En la Gran Manzana consiguió empleo en la nómina de una empresa dedicada a la producción de piezas aeronáuticas. Una vez instalado en el frente, todas las comunicaciones entre ambos comenzaron a ser filtradas por el correo militar. Eleanor siempre recordó que muchas cartas tenían más tachaduras que palabras a la vista, como si la censura intentara interferir en un vínculo que sobrevivía a pesar de todo.

Cuando terminó la guerra y el mundo comenzó a reconfigurarse, la pareja finalmente pudo reunirse. Cada uno, desde su lugar, tuvo que adaptarse a la difícil situación económica y laboral de la posguerra, especialmente porque millones de soldados regresaban al país buscando trabajo. Sin embargo, ambos aprobaron el examen de servicio civil y consiguieron un empleo en la administración pública. Con el tiempo, formaron una familia integrada por 3 hijos: Lyle Rogers, Angela e Ignae.

El ritual secreto que mantuvo unido al matrimonio

A medida que los años transcurrieron, la pareja pudo consolidarse económicamente y convertirse en una familia acomodada en los Estados Unidos. Aun así, las largas jornadas laborales impedían disfrutar tiempo juntos. Para evitar que las obligaciones diarias los alejaran, Lyle instauró un ritual sencillo, pero trascendental: al finalizar la jornada preparaba 2 martinis, uno para cada uno, para sentarse a conversar sobre lo que habían vivido durante el día. Ese instante cotidiano se volvió una forma de cuidado mutuo y un hábito afectivo que mantuvieron por décadas.

El amor por la educación y el conocimiento fue otra pasión compartida. Eleanor se propuso continuar su formación académica en la edad adulta y obtuvo un doctorado en Educación Urbana en la Universidad de Fordham a los 69 años. Tanto ella como Lyle participaron de forma activa en la Asociación de Antiguos Alumnos de Clark Atlanta University. Además, integraron el Congreso Internacional de Arqueología del Caribe, lo que les permitió viajar regularmente a distintos países. El destino favorito de ambos fue la isla de Guadalupe, un lugar que visitaron en repetidas ocasiones y que siempre recordaron como un sitio que combinaba historia, belleza natural y cultura viva.

Hoy, más de 80 años después de aquella boda de 1942, la pregunta que todos desean formular es la misma: ¿cómo se mantiene un amor durante tanto tiempo? Eleanor lo resumió en 2 palabras: “Nos amamos”. Lyle, sin perder el sentido del humor que lo caracteriza, completó la frase con una declaración directa: “Amo a mi esposa”.

Esa respuesta sencilla, que parece apartarse de explicaciones extensas o elaboradas, encierra quizá el verdadero secreto de una historia que sobrevivió a una guerra mundial, a distintas crisis sociales, a grandes transformaciones políticas y a una vida colmada de memorables experiencias. A pocas parejas en la historia les ha sido posible atravesar tantas décadas de vida juntos, y mucho menos hacerlo tomados de la mano como el primer día.

La historia de Lyle y Eleanor no solo es un caso excepcional por la cantidad de años compartidos, sino por la manera en la que ambos continúan mirándose con ternura. Su legado demuestra que, incluso en tiempos de profundas tensiones globales, el amor puede ser una forma de resistencia y, a la vez, una celebración de la vida que trasciende generaciones.

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