Robert Mazur, el agente de la DEA que se infiltró en el Cartel de Medellín
Desarticuló una red de lavado de dinero y tumbó uno de los bancos más grandes del mundo
A finales de los años 80, Robert Mazur era un agente encubierto de Estados Unidos encargado de penetrar en la organización de uno de los criminales más notorios del mundo: Pablo Escobar, jefe del Cartel de Medellín.
El capo colombiano era el mayor traficante de cocaína hacia EEUU y las autoridades de ese país estaban desesperadas por liquidar su red.
Mazur se ideó un plan para infiltrar el cartel, haciéndose pasar por un experto en lavado de dinero.
La misión era buscar cómo frenar el flujo de dinero. Su objetivo principal era Gerardo Moncada, la mano derecha de Escobar, y cualquier institución bancaria corrupta asociada.
Su historia acaba de ser convertida en una película de Hollywood llamada “El Infiltrado”, basada en su libro del mismo título.
Robert Mazur habló con la BBC sobre su arriesgada e intrigante misión y cómo, primero que todo, tuvo que asumir una identidad falsa.
“No actuar, no mentir”
Decidió crear un personaje que se acercara lo más posible a su propia personalidad y antecedentes.
Buscó alguien que, como él, hubiese nacido alrededor de su época, fuera del área metropolitana de Nueva York y proveniente de una familia de ascendencia italiana.
Así asumió las características de Robert Mussela, una persona real que ya había muerto.
“Una de las cosas que se aprende durante el entrenamiento de encubrimiento es mentir lo menos que puedas y actuar lo menos que puedas”, explicó Mazur a la BBC.
“El personaje de Robert Mussela era congruente conmigo: tengo una trayectoria de contador, trabajé en un banco, en una firma de corredores de bolsa antes de volverme un agente de la ley. Esos eran los antecedentes que tenía Robert Mussela”.
Sobre esos fundamentos construyó todos los detalles intrincados para sostener esa identidad falsa.
Teniendo siempre en cuenta que fuera lo más cercano a él posible. “Es muy difícil sostener mentiras durante mucho tiempo“, señaló.
Convertido en Robert Mussela, el siguiente paso era tener una entrada al Cartel de Medellín y subir lo más que pudiera dentro de la organización de Pablo Escobar.
El anzuelo
Para eso aparentó ser alguien de difícil acceso, esquivo. Tuvo a un colega en el papel de su representante de negocios que coordinaba transferencias de mucho dinero, un millón de dólares o
más.
El “representante” hizo contacto con personas del cartel a las que comentó que era capaz de transferir dinero, hasta cierta cantidad, a través de una cuenta que su “jefe” había abierto.
Pero había un problema, dijo: su jefe no quería verse con nadie. No obstante, les insistió en que si lograban convencerlo de celebrar un encuentro, él podría manejar cantidades ilimitadas de dinero.
“Al cabo de seis meses estaban golpeando mi puerta”, afirmó Mazur.
Las reuniones iniciales fueron con un intermediario de bajo nivel. Se realizaron algunas transacciones durante un tiempo hasta que el intermediario se volvió muy dependiente de los recursos que le ofrecía el tal Robert Mussela para su éxito.
Con la intención de conocer personas más arriba en la organización, Mazur, en el papel de Mussela, empezó a poner obstáculos contra la continuidad del negocio. Insistió en condiciones que sólo podían ser aceptadas por los dueños del dinero.
“Él venía y me contaba que no había podido convencerlos, con lo que yo le contestaba que la relación terminaría si no podía convencerlos a que se reunieran conmigo”, contó Mazur.
Eso estableció el escenario para que pudiera conocer a una persona de más alto nivel, que ocurrió en París.
Allí se reunió con el abogado que representaba al cartel y, luego, con el mismo Gerardo Moncada, uno de los principales socios del cartel y a quien Escobar le había encargado el manejo del ala económica de la organización.
“Ese fue el momento en que nos vimos involucrados con dinero de verdad. Porque en esa reunión estábamos discutiendo crear en Europa un fondo de ahorros, en representación de ellos, por un total de unos US$100 millones”.
Después de la reunión el grupo encubierto de Mazur empezó a recibir enormes cantidades de dinero.
Sospechas
Pero discrepancias entre agentes en torno a la investigación pusieron en peligro la identidad asumida por Mazur.
Unos agentes no encubiertos sostenían que era importante vigilar y seguir a los delincuentes después de las transferencias de dinero.
Pero no se percataron que los delincuentes eran listos y ellos también tenían sus propios grupos de observación en las calles, atentos a cualquier tipo de vigilancia de sus actividades. Eso no sólo los alertó a la presencia de agentes sino que les dio detalles de sus identidades.
“Uno nunca sabe qué tan cerca está de que lo descubran, hasta que es demasiado tarde”, indicó Mazur.
Gerardo Moncada llamó a Mazur desde Colombia y “estaba lívido”, convencido de que era un agente encubierto de la DEA porque habían detectado vigilancia en las calles y se suponía que nadie sabía de sus actividades.
Mazur, como era un estadounidense, era el principal sospechoso.
El agente decidió jugársela y tomar la iniciativa pidiendo una reunión cara a cara en Miami con un representante de Moncada para discutir la situación.
Contrario a los deseos de la DEA, fue solo, sin apoyo ni protección y sin saber qué o quién encontraría en la reunión.
Allí estaba el alto representante de Moncada con el que habló informalmente, con una táctica diferente a lo que harían otros, como ser agresivo y acusar a otros.
“Lo que hice fue decirle que la información que tenían era muy valiosa para ambos, que obviamente debía haber un problema. Si era de parte de ellos, ellos tendrían que eliminarlo y si era de parte mía, yo tendría que eliminarlo. Pero que necesitaba su ayuda para encontrar las fisuras y teníamos que trabajar juntos“, contó.
Con esa manera de abordarlo los hizo pensar que no buscaba más dinero sino trataba de descubrir dónde estaba la fuga de información y, así, los tranquilizó un poco.
A segundos de la catástrofe
Pero, entonces, el hombre le pidió los registros de las transacciones de los bancos suizos. Mazur los había olvidado en un maletín dentro del auto. El maletín no sólo tenía los documentos, también tenía una grabadora escondida en un fondo falso.
“Traje el maletín, lo puse sobre la cama y me di cuenta de que, cuando hablábamos, él no dejaba de lanzar miradas al maletín”, dijo el agente encubierto.
Cuando abrió el maletín, el fondo falso se corrió y la grabadora quedó expuesta con sus cables. Afortunadamente, el hombre del cartel no lo pudo ver desde su ángulo.
“Traté de actuar lo más despreocupado posible, intentando rearmar el fondo sin mucho agite”, relató.
Logró esconder la grabadora y rearmar el fondo falso apenas unos segundos antes de que el individuo se acercara al maletín para tomar los documentos.
“Esa fue tal vez una de las escapadas más estrechas”, expresó Mazur.
Riesgos personales
Sin embargo, el quedar desenmascarado no es el único riesgo que corre un agente encubierto.
Estar sumergido durante mucho tiempo dentro de una identidad falsa tiene un efecto negativo sobre el agente mismo y las relaciones con su familia.
Mazur tenía esposa y dos hijos de 9 y 11 en esa época. Su esposa estaba enterada de lo que hacía y él intentaba comunicarse con ella por teléfono cada tres días. Lo hacía desde una cabina pública de teléfono.
“Es muy importante que la familia tenga un sistema de apoyo. Yo le contaba qué estaba haciendo, dónde estaba. Eso era importante para ella, tener esa comunicación”.
Podía pasar un mes fuera de casa y luego verla un solo día.
“Ese día se volvía muy difícil para nosotros porque no podía desconectarme mentalmente del otro mundo en que habitaba. Todavía tenía que recibir llamadas por celular, comunicarme con la oficina. Aún ese día que estaba en casa en realidad no estaba allí”, se lamentó.
Unos cuatro o cinco meses después, su esposa concluyó que era demasiado doloroso y le dijo que fuera a terminar el trabajo y que, cuando regresara, determinarían sipodían continuar juntos.
“Afortunadamente pudimos hacerlo”, dijo Robert Mazur, que sigue casado con la misma.
El golpe final
Pero no antes de dos años, que fue lo que duró la misión, que concluyó en un operativo de un montaje tan falso y complejo como la misma identidad que había asumido.
Tuvieron que idearse una manera de congregar a todos los implicados -miembros del cartel e instituciones bancarias- en el área de Tampa Bay, Florida, ciudad donde se estaban formulando los cargos para poder llevarlos a juicio.
El plan lo ideó la agente que hacía de su novia. Como se había generado una relación de amistad, decidieron anunciar que se iban a casar.
Invitaron a todos al exclusivo Club Campestre de Innsbrook para un retiro de varios días que terminaría con la boda. Y empezaron con todos los preparativos.
“Tal vez la reunión más difícil que tuve como agente encubierto fue sentarme con la planeadora de bodas en el club campestre, fingiendo estar muy interesado en el tipo de vajilla que íbamos a tener”, confesó Mazur.
Fue una actuación muy convincente que tuvo algunos de los mismos traficantes participando en los planes de la boda. Uno encargó US$20.000 en rosas desde Colombia.
La noche antes de la ceremonia, durante una fiesta en el área de piscina donde estaban los miembros de los bancos, del cartel y agentes posando como amigos y familia, se difundió la noticia que iba a haber una despedida de soltero sorpresa y que limosinas los estarían recogiendo para llevarlos al lugar.
Cada uno de los sospechosos entró en una limosina con otros agentes que posaban de amigos y familia. Los llevaron a centro de Tampa a un edificio, se bajaron en diferentes pisos donde los esperaba una unidad especial para arrestarlos.
Unos 50 implicados cayeron esa noche. Se dio una segunda ola de arrestos y en total hubo como más de 100 procesados como resultado de la operación.
En el golpe también cayó uno de los bancos más grandes del mundo en esa época: El Banco de Crédito y Comercio Intenacional, BCCI, que tenía sede en Luxemburgo.
Para Robert Mazur eso se logró porque había entrado por “un portal de realidad” a un nivel tan alto de un cartel que ningún otro agente lograría algo similar.
Al convertirse en otra persona casi se olvidó de quién era, pero quería utilizar esa ventaja cada segundo del día para adquirir más información.
“La información importante y especial se volvió como mi heroína. Y yo la buscaba por todas partes, 24 horas al día”.
Fue a través de la escritura de su libro que se dio cuenta de dónde estaba mentalmente en esa época.
Ese libro, “El infiltrado”, es ahora una película de Hollywood con la actuación estelar de Brian Cranston, John Leguízamo y Diane Kruger.