Invitación a la Literatura: Llanto por el hijo muerto

Una mirada a la novela lírica Mortal y rosa (1975)

Literatura que nutre.

Literatura que nutre. Crédito: Schutterstock

¿Cómo expresar con palabras el dolor por la muerte de un hijo? ¿Cómo hacerlo cuando, además, es este el único hijo, arrancado del mundo, por la leucemia, a los cinco años de edad? Esa elegía imposible es la que compone el prosista español Francisco Umbral en su obra maestra: la novela lírica Mortal y rosa (1975).

Umbral inicia la escritura del libro cuando su hijo Francisco (“Pincho”) corretea saludable entre los árboles. De ahí que la obra se titulara inicialmente, con preciosa sinestesia, “Estoy oyendo crecer a mi hijo”. Por eso la novela, en muchos momentos, es una oda a la alegría frutal de la infancia: una celebración de su inocencia, su desenvoltura, su risa.

“En la cripta que es un niño solo se entra por la celosía de su risa”, leemos. Ese es el lenguaje de la infancia: la sorpresa, el juego y el júbilo. Conectar con el niño es incitar y compartir su risa. Es acompañarle al encuentro del mundo: a la aventura que representa, para él, interactuar con el pomo de una puerta, con un sonajero, una concha o una hormiga. El niño explora el mundo, dialoga con él y lo recrea sin angustia. Sin el peso de la cultura, las convenciones o los prejuicios. Todo es para él posibilidad: todo futuro.

Pero esa promesa de futuro, ay, se astilla pronto en el libro. Llega el mazazo de la enfermedad. “El niño en la prisión blanca de la clínica, en manos del dolor, manipulado, pinchado, dolorido, el niño entre los niños que sufren”. Irrumpe la angustia y el presagio turbio. Asoman en el texto los colores desteñidos, los adjetivos graves, los tonos oscuros. Se marchita la sonrisa del niño. Este recorre los pasillos del hospital “aterido de miedo, perplejo de frío”, y el padre se contempla a sí mismo –alucinado– como “un cadáver deambulando detrás de una silla de ruedas”.

“El niño es sagrado”, proclama el escritor. De ahí que todo atentado contra este sea una autodestrucción del mundo: un sacrilegio, una “profanación”. El polvo del mundo, que la vida del niño elevó y reverberó de luz, vuelve a enfangarse con su muerte. Umbral se lo confiesa a su hijo muerto con hiriente belleza: “Solo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Solo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad”.

El libro se adensa entonces en la llaga del horror, en la quietud desesperada, en el nihilismo. “Si cojo el teléfono, temo que me pongan con el cementerio”. El autor, expatriado del mundo, cerrado a la posibilidad de la trascendencia religiosa, recurre a la literatura como terapia. Así, según los versos de Pedro Salinas que dan título al libro, la palabra resucitará, invocándola, la memoria del hijo: “esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito”.

Sobre el autor

Dr. Enrique Sánchez Costa.

Enrique Sánchez Costa es Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra (UPF, Barcelona). Profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura (UDEP, Lima). Autor de un libro (traducido al inglés) y de una docena de artículos académicos de literatura comparada y crítica literaria.

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