Daniela Robles-Espinoza, la mexicana a la caza de los secretos genéticos del melanoma
Un cáncer casi desconocido aparece en pies y manos de personas con pieles no blancas. Esta científica mexicana quiere encontrar sus causas y sus curas
En el 2015, un miembro del comité que revisó su tesis doctoral en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, le dijo que si regresaba a México se “desvanecería en la mediocridad”. Pero la bioinformática Daniela Robles-Espinoza cree que pasó todo lo contrario.
“Regresé a mi país, empecé mi propio laboratorio y ahora tenemos suficientes fondos para investigar la genética y genómica del cáncer en México”, escribió en Twitter en 2018.
Robles-Espinoza (San Luis Potosí, 1986) lleva los últimos cuatro años de su vida tratando de desentrañar los secretos genéticos detrás de un desconocido melanoma que aparece en las plantas de los pies y las palmas de las manos, sobre todo en personas de Latinoamérica, Asia y África.
El melanoma es el cáncer de piel más mortal del mundo, responsable del 75% de las muertes por cáncer de piel en Estados Unidos y Europa, donde más se ha estudiado. Otros tipos (los carcinomas espinocelular y basocelular) son más comunes, pero menos agresivos.
Melanomas hay de varios tipos, la mayoría causados por la exposición excesiva al sol y algunos menos comunes, como los que aparecen en las mucosas. Pero las causas del que indaga Robles-Espinoza, el llamado lentiginoso acral,son todo un misterio.
La científica de 35 años estudió ciencias genómicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), una carrera nueva de la que no se había graduado ni un solo estudiante cuando ella empezó.
“Era pura química, biología y matemática. Yo no sabía qué iba a hacer con esa carrera, pero sonaba muy divertido”, cuenta.
Cuando estudió el bachillerato, en su instituto los preparaban para enviarlos a diferentes universidades internacionales a sacar sus posgrados. “Traían speakers de todo el mundo”.
Uno de ellos se convertiría después en su mentor en la Universidad de Cambridge, donde hizo su doctorado y posdoctorado.
Durante sus seis años en Reino Unido estudió el principal tipo de melanoma, el que aparece en pieles blancas por la exposición excesiva al sol. Allí identificó un gen con cambios en su estructura que ayudó a explicar por qué ciertas familias de Inglaterra desarrollaban melanoma y otros tipos de cáncer.
Uno de sus profesores de la carrera de ciencias genómicas le ofreció regresar a México en 2016, al recién creado Instituto Internacional de Investigación sobre el Genoma Humano (LIIGH, por sus siglas en inglés), que había abierto sus puertas un año antes.
Allí desarrolló su propio grupo de trabajo para estudiar el melanoma en pieles mexicanas.
Estudiar pieles “no blancas”
Robles-Espinoza se define como una científica bastante rebelde. “Me paso peleando con la ciencia colonialista en Twitter”.
Por eso cuando volvió a México decidió enfocarse en estudiar las poblaciones de su país. El primer paso fue sentarse a conversar con médicos para saber qué estaba pasando con el melanoma allí. Y esas pláticas le cambiaron el rumbo a sus investigaciones.
“Me dijeron: ‘No, no, aquí tenemos otro tipo de melanoma que no es causado por el sol ni por los rayos ultravioleta. Yo no tenía idea”.
Es así en al menos un 44% de los casos,según el estudio “Melanoma en México: características clínico-patológicas en una población con predominio del subtipo lentiginoso acral”, publicado en el 2016 en la revista Annals of Surgical Oncology, en el que analizaron muestras más de 1,200 pacientes.
Es un tipo de melanoma del cual se sabe poco, que aparece en las plantas de los pies sobre todo, pero también en las palmas de las manos y algunas veces bajo las uñas en forma de lentejas oscuras.
Nadie sabe con exactitud por qué sucede.
Al estar en partes del cuerpo a las que no llega usualmente la luz del sol, es muy probable que no lo incite la radiación UV.
Pero la gran mayoría de estudios sobre melanomas se centra en poblaciones de Estados Unidos, Europa y Australia. En parte por eso, dice Robles-Espinoza, se sabe poco de las pieles no blancas que lo desarrollan.
Así fue como la científica encontró su próximo foco de estudio.
Aunque hay algunos rastreos epidemiológicos, no son suficientes para dimensionar a cuánta gente impacta este subtipo de melanoma en los países de Latinoamérica.
Un estudio escrito por Robles-Espinoza y otros 10 investigadores recopila investigaciones llevadas a cabo en 2008, 2013 y 2016 que concluyen que al menos en México y en Perú es el subtipo más común.
Son países que tienen “una compleja historia demográfica con ascendencia europea, africana y nativa americana”, explica el estudio, denominado “Melanoma lentiginoso acral: hechos básicos, características biológicas y perspectivas de investigación de una enfermedad poco estudiada”, publicada en la revista Pigment Cell and Melanoma Research.
El documento recoge las pocas investigaciones que existen en Latinoamérica sobre la enfermedad.
Una de ellas analizó 410 muestras en Perú y concluyó que el 35% de los casos de melanoma del país son acral. Otras dos indican que este subtipo está presente en Chile, sobre todo en poblaciones de menor nivel socioeconómico y que son descendientes de indígenas.
Asimismo, hay estudios que evidencian que en países asiáticos como Japón, Taiwán y Corea del Sur, el acral representa más del 50% de los melanomas. Y en poblaciones negras de África, aunque hay aún menos estudios, también se ha encontrado alta incidencia de este subtipo.
En Estados Unidos también es más común en las pieles oscuras. La investigación “Patrones de incidencia y supervivencia del melanoma lentiginoso acralen los Estados Unidos, 1986-2005” concluye que un 36% de los melanomas que padecen las personas negras es justamente el acral.
Entre la población asiática que vive en ese país, la incidencia es del 18% y para la hispana del 9%. Mientras tanto, representa solo un 1% de los melanomas en pieles blancas.
En el LIIGH, el equipo del que Robles-Espinoza está a cargo explora específicamente los genomas de los tumores mexicanos.
Toman muestras de saliva de pacientes con melanoma acral y de allí obtienen los genes originales, aquellos “con los que nacemos”, explica la científica.
Luego los comparan con los genes que están en los tumores para saber de dónde viene el daño.
“Es una arqueología del genoma para tratar de identificar el pasado. Básicamente, podemos saber qué causó ese tipo de cáncer. Esto se basa en la noción de que diferentes agentes mutagénicos dejan huellas en el genoma”, agrega.
Hasta el momento estudian dos hipótesis.
La primera es que el melanoma acral podría desencadenarse por alguna lesión.
“Cuando grafican la localización de los tumores en el pie, se ve que se concentran en la parte donde pisa. Lo que hemos especulado es que la presión mecánica puede tener algo que ver con este tipo de cáncer”.
La otra teoría es que provenga de causas hereditarias, pues las familias de pacientes con melanoma acral son más propensas a sufrir otros tipos de cáncer, señala la científica.
Aunque también consideran la posibilidad de que se deba a una combinación de ambos factores, “como la mayoría de los cánceres”, dice ella y agrega que dentro de ambas teorías hay decenas de posibles respuestas.
¿Cómo se cura un cáncer desconocido?
Robles-Espinoza se sienta en su oficina en Querétaro, México, se acomoda su cabello rosado hacia atrás y explica todo esto con rapidez, como si tuviera tanto por decir que no le alcanza el tiempo. “Urge, urge, urge que estudiemos estos tipos de melanoma”, dice enérgica.
Su mayor preocupación es la falta de tratamientos accesibles para los pacientes de América Latina.
Uno de los más efectivos para tratar el melanoma es la inmunoterapia, una alternativa a la quimioterapia que reactiva el sistema inmunitario para que reaccione y ataque de manera eficiente a las células en las que se origina el cáncer (en este caso el melanoma). Pero es impagable para muchos mexicanos, dice.
Cuando escucha en las conferencias internacionales que la inmunoterapia es el standard of care (“el estándar de atención”) en el mundo, se cuestiona de cuál mundo están hablando.
“En pesos mexicanos cuesta 120,000 al mes, unos $6,000. ¿Eso cómo lo va a pagar un mexicano?”, se queja.
“No sabemos nada. Y toda esta falta de conocimiento nos lleva a que no haya opciones terapéuticas para este tipo de pacientes”, agrega.
Por eso en breve su laboratorio también empezará a estudiar las reacciones de los tumores a diferentes fármacos con ratones de laboratorio.
“Cuando tienes un paciente, obviamente lo que quieres es quitarle el tumor, pero cuando el tumor se muere, pues ya no aprendiste nada de a qué medicamento hubiera respondido”, explica.
“Entonces hay un protocolo que estamos haciendo en el que puedes extraer ese tumor del paciente, inocularlo en la espalda de un ratón y dejar que siga creciendo”, prosigue.
“Y dices: bueno, a ver, qué mutaciones tiene, a qué fármacos responde. Y se ha visto que eso recapitula (es similar a) la respuesta en pacientes”, agrega.
La científica espera tener resultados preclínicos (sin pacientes) en un año, pero sabe que el desarrollo de fármacos específicos tomará tiempo y estudios más costosos.
Sin este conocimiento también es imposible prevenir el melanoma lentiginoso acral, subraya.
Distinto a los melanomas más comunes, no hay ningún estudio que concluya si se puede prevenir con protector solar o con algún otro tipo de práctica.
“En Australia hay un chorro de campañas de ‘protégete del sol’, y sí han logrado bajar su incidencia. Si conoces las causas, puedes planear… pero con el acral no sabemos”.
Por eso, aunque colabora con institutos de otras partes del mundo, cree que los estudios realizados en la región deben estar enfocados en sus propias poblaciones.
“Hay que apropiarnos de nuestros objetivos, nuestra problemática, nuestra población y aplicar lo que sea útil aquí”.
“Aquí picamos piedra”
Montar el laboratorio en estos tiempos no ha sido nada sencillo. Entre comprar ratones, completar protocolos y reclutar pacientes, a la científica se le fueron dos años. “Y luego vino la covid-19 y detuvo todo el protocolo por un año”.
Además de estudiar el cáncer, su equipo está abriéndoles camino a tipos de investigación poco comunes, dice.
“Siento que en otros países ya está puesta la infraestructura, las relaciones, los equipos de trabajo. Y aquí no. Muchas veces sientes que picas piedra”, dice, refiriéndose a las complicaciones que persisten en la investigación científica en su país para contar con la ayuda de médicos y clínicas.
Lo bueno, dice, es que ya está todo listo para arrancar.
“Hasta el momento hemos reclutado a más de 200 pacientes, hemos generado datos de secuenciación para más o menos la mitad de ellos y ahorita estamos analizando los datos”.
Incluso están trabajando con el Instituto Nacional del Cáncer en Brasil, que ya está estudiando poblaciones de ratones con melanoma acral.
A su vez, su instituto en México los apoya con el análisis de los datos genómicos mientras ambos se preparan para desarrollar los dos tipos de estudios.
“Es una investigación complementaria. Al final el objetivo es el mismo, tratar de encontrar nuevos genes, nuevos mecanismos para atacar este cáncer”, y mostrarle a los incrédulos que desde México sí se puede hacer ciencia, dice la científica.
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