Llegó la hora
Inmigración
Hacia fines de esta semana el Senado habría votado sobre la primera reforma migratoria amplia con una vía a la ciudadanía en casi tres décadas, si la medida supera los retos que le quedan por delante sólo en la Cámara Alta, porque la saga en la Cámara de Representantes apenas comienza.
Uno de ellos, quizá el mayor, se superó ayer cuando el Senado dio luz verde a la controversial y excesiva enmienda republicana de seguridad fronteriza Corker-Hoeven, la cual a un costo de más de 30 mil millones de dólares en una década duplicará a 40 mil la cifra de agentes fronterizos, agregará cientos de millas adicionales de barda en la frontera sur, así como tecnología de punta y más aviones no tripulados. El voto de procedimiento sobre esta enmienda es una señal de cómo podría ser el voto final del proyecto de reforma migratoria a fines de esta semana. Se supone que la enmienda sume votos republicanos al proyecto final. Hay promesas de abordar las inquietudes de las comunidades fronterizas sobre la militarización de la franja, la potencial violación de derechos civiles y el uso de perfiles raciales.
Esta semana (y las que restan) suponen fuertes retos para los diversos actores de esta historia.
Los demócratas y el presidente Barack Obama intentan cumplir con lo prometido: una reforma migratoria amplia y tratar de lograrlo sin empeñar hasta la camisa. Esperan que las concesiones formuladas en materia de seguridad fronteriza, que ya han generado disgusto y polémica entre algunos sectores, sean suficientes para atraer votos republicanos.
La lógica que algunos aplican es que hay inquietudes que pueden renegociarse en el proceso de conciliación de ambas cámaras, en oportunidades legislativas futuras o mediante acciones administrativas. No hay que quitar la vista del premio mayor, recomiendan, que es la posibilidad de legalizar a las millones de almas que completen el sinuoso camino de 13 años a la ciudadanía. A los críticos les recuerdan que de desvanecerse esta oportunidad es la comunidad inmigrante la que seguirá enfrentando el espectro de convertirse en una estadística más de las deportaciones, dejando atrás a familiares ciudadanos y residentes permanentes. El statu quo, afirman, es peor.
Uno de los precios a pagar es la enmienda Corker-Hoeven que debería atraer suficientes republicanos para aprobar el proyecto final con hasta 70 votos, que es la intención de un sector del Grupo de los Ocho porque así, piensan, presionan a la Cámara Baja de mayoría republicana a impulsar un plan de reforma amplia y no sólo las medidas individuales policíacas que vienen apoyando.
Por eso, entre otras razones, es también la hora cero para los republicanos. Si no apoyan el proyecto con todos los “atractivos” de seguridad que han conseguido, entonces, como dicen muchos, incluyendo algunos republicanos, su problema con el proyecto va más allá de la frontera y sólo podría atribuirse, de un lado, a su desdén hacia la comunidad latina inmigrante, o de otra parte, al temor de que millones de eventuales y potenciales votantes hispanos nunca voten republicano y que los actuales votantes latinos sigan huyendo del partido como el diablo a la cruz.
Quien no arriesga no gana. Por algo hay que comenzar a enmendar errores pasados y la reforma migratoria ofrece a los republicanos la oportunidad de competir efectivamente por el voto latino. Siempre se cita al héroe republicano, Ronald Reagan, diciendo que los “latinos son republicanos, pero todavía no lo saben”. Quizá lo supieron, pero los antiinmigrantes los lanzaron a los brazos del otro partido.
Hay una minoría republicana en el Congreso que reconoce esto, comenzando por un integrante del G8 senatorial, John McCain de Arizona, quien vivió de primera mano las consecuencias de apaciguar a los antiinmigrantes de su partido: pese a su historial legislativo pro reforma, optó por la derecha y perdió el voto latino y con ello las elecciones de 2008 ante Obama.
El reto para los líderes republicanos es aprender del pasado, reconocer la realidad política y demográfica del presente y no temer al futuro. En especial para el presidente cameral John Boehner, es decidir si permite que el ala antiinmigrante siga definiendo al Partido Republicano ante de los votantes latinos, o si se suma a la solución de problemas e invierte capital por un bien mayor, de política pública, para todos, y de potenciales réditos electorales para su partido.
Pero sobre todo es la hora de la verdad para los protagonistas de esta historia, los indocumentados. En los dimes y diretes, sumas y restas de votos y cálculos políticos se pasa por alto que estamos hablando de millones de personas como las que a diario me preguntan “¿hay reforma o no hay reforma?” Personas para quienes el triunfo o el fracaso de esta pieza legislativa no se limita a un escaño político, porcentajes electorales o elecciones. Se trata de sus vidas. De la posibilidad de vivir y trabajar en paz sin el constante miedo de ser separados de sus hijos y de sus familias.
Para algunos es muy fácil decir que si no se puede este año, se tratará más tarde cuando exista “la posibilidad” de obtener un mejor proyecto de ley o cuando haya mayorías más favorables en el Congreso. Nunca habrá legislación perfecta y si la memoria no me falla, cuando los demócratas controlaron las dos cámaras del Congreso nunca se presentó ni mucho menos se debatió la reforma amplia. Muchos de los que aguardan por el proyecto perfecto son ciudadanos o residentes permanentes que tienen la certeza de despedirse de sus hijos en la mañana y volver a verlos en la noche. Así es muy fácil pedirle a millones de indocumentados que sigan esperando, si es que no los deportan antes.
Por todas estas razones, durante esta semana, sin duda, llegó la hora para todos.