Miles de neoyorquinos se congregan en Catedral de San Patricio para honrar al policía dominicano asesinado en Harlem
Comunidad dominicana se vuelca a despedir a uno de los suyos. El féretro con los restos del joven Jason Rivera reposará hasta este viernes en el altar mayor de la icónica iglesia de Manhattan.
A las 11 de la mañana de este jueves una hilera casi interminable de oficiales del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York (NYPD) custodiaba la entrada de la Catedral de San Patricio en Manhattan, esperando los restos mortales de uno de sus compañeros que fue asesinado a balazos, hace menos de una semana, en Harlem.
Allí, en medio de una escena de frustración y dolor, centenares de uniformados, amigos, familiares y residentes de la Gran Manzana aguardaban alrededor del emblemático templo, para asistir al velorio del oficial Jason Rivera, de 22 años, un nombre que ya está en podio de los héroes y cuyo recuerdo siempre removerá la herida de la violencia que afecta a la ciudad.
Ocho ‘hombres de azul’ subieron los escalones con el ataúd, luego las campanas de la iglesia repicaron cuando llegó una caravana con los padres y la esposa de Rivera para una ceremonia privada, antes de que se abrieran las puertas al público.
Como miles de neoyorquinos que se acercaron a la calle 49 y la Quinta avenida, la residente de Queens, Leonor Arias, tomó su hora de descanso mientras trabajaba en una tienda cercana, para ir al velorio que se inició a la 1:00 de la tarde.
“Yo no conozco a su familia. Me enteré como la mayoría por las noticias. Y desde ese minuto no he dejado de pensar en esto. Un muchacho tan joven que quería servir y se fue de esa manera”, compartió emocionada la inmigrante dominicana, quien a la vez se preguntó si los neoyorquinos tienen alguna esperanza de volver a caminar tranquilos por las calles.
“Yo soy madre de un joven que está en la Marina. Y eso me destrozó el alma. Creo que este hecho tan doloroso con estos dos muchachos, que estaban empezando su vida, debe hacer reflexionar a las autoridades sobre el rumbo que está tomando la ciudad, en donde los propios policías están amenazados”, acotó la quisqueyana.
El cuerpo del oficial Rivera estará reposando hasta este viernes en la mañana en un ataúd al pie del altar mayor de la catedral neoyorquina, el mismo lugar que ocupará la próxima semana su compañero Wilbert Mora.
Ambos uniformados fueron baleados el pasado viernes cuando respondieron a una llamada de violencia doméstica. Al acudir a resolver el reporte realizado al 911, fueron recibidos por una lluvia de balas. De acuerdo con la confirmación policial, los disparos fueron detonados por Lashawn McNeil, sin siquiera intermediar palabras, quien también resultó muerto por una contraofensiva de un tercer oficial.
“Quería proteger a los neoyorquinos”
Entre la marejada humana de personas que se acercaron a rendir honores a Rivera, se encontraba su primo Héctor Ferreira, quien advierte que todavía se encuentra en un laberinto inexplicable.
“Mi primo era como un hijo para mi. Y era el maestro de mis dos hijos. Le encantaba enseñar. Y a pesar de miles de opciones, desde muy niño nos decía que quería ser policía para proteger a los neoyorquinos. Hablaba de una carrera dentro de NYPD. Nada lo hacía sentir más orgulloso que su uniforme”, comentó Ferreira.
Con dos oficiales caídos al atender un mismo procedimiento, los libros del cuerpo policial más grande del país tendrán una página subrayada y titulada con letras de dolor en estas semanas del año que apenas comienza. Pero esa tristeza se ahínca especialmente en la vibrante comunidad inmigrante dominicana en la Gran Manzana, que no deja de llorar a uno de los suyos.
“Eso duele a los dominicanos”
Rivera, de padres quisqueyanos, tenía apenas dos años sirviendo a NYPD. Creció en el vecindario de Inwood en el Alto Manhattan, en donde la noticia de su deceso fue como un sismo de alta intensidad que movió las emociones de los residentes del corazón de la inmigración dominicana en Nueva York.
Tal fue el caso de Iris Gómez, una trabajadora hospitalaria, quien como si se tratara de un familiar muy cercano, esperó con lágrimas en sus ojos, ver pasar el ataúd por la Quinta avenida.
“Eso nos ha dolido mucho a los dominicanos. Ese muchacho estaba empezando a vivir. Pero por otra parte, esto nos debe poner a pensar sobre la crisis de salud pública que estamos viviendo. Fíjate, el supuesto asesino estaba amenazando a su propia madre, por eso ella llamó a la policía. Y mira cómo terminó todo”, comentó Iris.
En efecto, Shirley Sourzes, la madre del señalado de haber herido mortalmente a Rivera y Mora, llamó cerca de las 6:30 p.m. del pasado viernes desde su apartamento del 119 oeste de la calle 135 de Harlem, para denunciar que su propio hijo la estaba amenazando.
“El tenía problema mentales. Si yo hubiese sabido esto, jamás hubiese llamado al 911”, insistió ante medios locales Sourzes.
“Solo quería ayudar”
En la larga fila de acceso lateral a la histórica iglesia, no era difícil escuchar anécdotas de quienes estuvieron cerca de la vida del oficial fallecido. Allí, junto a toda su familia, se encontraba Frank Peña, propietario de una farmacia en donde Rivera trabajó antes de incorporarse a las filas de la Uniformada.
“Me llamaron a las 7:30 de la mañana al día siguiente que esto ocurrió y creo que todavía me cuesta aceptarlo. El trabajó conmigo en la farmacia antes de irse a NYPD. Y puedo ser testigo de primera fila que él solo quería ayudar a los demás”, compartió el isleño.
Entre tanto, el cónsul dominicano Eligio Jáquez también se hizo presente en la ceremonia destacando que asistía en nombre del Gobierno de su país.
“Hemos reiterado nuestras condolencias y entregado hoy la bandera de República Dominicana al Señor Daniel Rivera, padre del policía abatido en cumplimiento de su deber. Estamos al lado de nuestra comunidad en este momento en donde la delincuencia sigue siendo una amenaza global“, destacó.
También componentes uniformados de otros condados de Nueva York y otros estados participaron en el funeral que se realizó entre la 1 y 8 de la noche.
El efectivo de la policía de Filadelfia, Jason Tavares, también de origen dominicano, estaba en el grupo de funcionarios que vino a ofrecer su solidaridad al NYPD: “Como oficial sabemos que nuestras vidas siempre están en peligro. Estas son lecciones dolorosas que nos orientan, que nos deben ayudar como servidores públicos”.
El alcalde Eric Adams, llegó a la catedral en la Quinta avenida alrededor de las 4 p.m. para presentar sus respetos, acompañado con la comisionada del NYPD, Keechant Sewell y el senador demócrata de Nueva York, Chuck Schumer.
La misa fúnebre de Rivera tendrá lugar este viernes a las 9:00 p.m, presidida por el cardenal Timothy Dolan.
Uniformada se prepara para el velorio de Mora
Los restos del otro uniformado, Wilbert Mora, que murió el pasado martes tras cuatro días de luchar por su vida, serán velados el 1 de febrero también en la Catedral San Patricio, como ocurrió este jueves con su compañero Jason Rivera.
Mora, que fue alcanzado por una bala en la cabeza, en el mismo hecho sangriento en donde fue atacado Rivera, donó sus órganos y, según la Asociación de Benevolencia de Nueva York (PAB), “alguna persona afortunada ya obtuvo el corazón de nuestro héroe”.
El sindicato pidió una vez a los neoyorquinos que les acompañen en el velatorio y entierro de Mora.
“Por favor, vuelva a estar con nosotros y siga estando con nosotros. Juntos, demostraremos que nuestros héroes no murieron en vano”, expresó Patrick Lynch, presidente de la PAB.
“No podemos ser solo nosotros. Las calles no pueden estar llenas de policías de la ciudad de Nueva York en este funeral. El público tiene que venir. Los neoyorquinos tienen que enviar un mensaje a cualquiera que se atreva a dañar a un oficial”, concluyó.
Coincidencias: Hace 50 años el NYPD estaba también de luto
Hace exactamente 50 años, el NYPD también estaba de luto. El 27 de enero de 1972, los agentes Gregory Foster y Rocco Laurie fueron asesinados mientras estaban de servicio por miembros del Ejército de Liberación Negra, un grupo clandestino que existió aproximadamente entre 1970 y 1981.
Los asesinatos ocurrieron alrededor de las 10:50 p.m. en esa fatídica noche, mientras que el afroamericano Foster, de 22 años y Laurie, de 23, estaban de servicio. Habían terminado de investigar un informe de disputa doméstica cercano y estaban caminando por la calle 11 hacia la Avenida B, en el Bajo Manhattan cuando notaron un automóvil estacionado en doble fila.
Los patrulleros comprobaron en un restaurante cercano si alguien sabía de quién era el coche, y cuando nadie lo hizo, volvieron a salir. Pasaron junto a un grupo de hombres, que luego se dieron la vuelta y comenzaron a disparar a los oficiales, quienes recibieron varios disparos en la espalda.
Luego, los hombres tomaron las armas de los oficiales y les dispararon nuevamente.
Foster recibió ocho disparos y Laurie seis impactos de bala. Ambos oficiales eran ex marines y veteranos de Vietnam.