Día del Holocausto: Cómo se siente estar en un campo de concentración de la Alemania nazi
Hoy es el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, pues el 27 de enero de 1945 el Ejército ruso liberó a unos 7,600 prisioneros del campo de concentración de Auschwitz
Es difícil entender el sufrimiento que millones de personas vivieron dentro de los campos de concentración de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero visitar uno de ellos hoy, experimentar cómo se siente estar en esas habitaciones frías y pisar esos suelos que en algún momento cargaron el peso de miles de cadáveres, es una experiencia sombría y enriquecedora a la vez.
Hoy es el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, en recuerdo del 27 de enero de 1945, cuando el Ejército Rojo liberó a unos 7,600 presos de Auschwitz, el mayor campo de concentración de esa oscura Alemania de la guerra. Se calcula que 1.3 millones de personas fueron prisioneros en este lúgubre lugar, y que murieron 1.1 millones, la mayoría judíos, pero también gitanos, comunistas, intelectuales, polacos y presos de guerra.
Pero Auschwitz, en Polonia, no fue el único campo de concentración, aunque era el más grande y popular. Sachsenhausen, ubicado en Orianenburg, Alemania, fue otro de estos lugares de exterminio donde además se realizaban experimentos médicos. Tuve la oportunidad de conocer Sachsenhausen hace unos años, en un viaje a Berlín, y fue una de las experiencias más desoladoras y al mismo tiempo más enriquecedoras de mi vida.
En primera instancia, es imposible evitar que el corazón se encoja al observar las pertenencias de quienes tal vez no volvieron a experimentar la libertad en ese 1945 y formaron parte de las pilas de cadáveres que se cremaban diariamente en esos años.
Mirar el archivo fotográfico, escuchar los dolorosos testimonios de los sobrevivientes, leer sobre los experimentos inhumanos a los que muchos presos fueron sometidos, conmueve a cualquiera, pero visitar lo que fue la morgue en Sachsenhausen fue, para mí, lo más sobrecogedor de todo: un amplio y frío sótano de paredes de azulejo blanco donde el escaso mobiliario consta de una carretilla de madera en la que se transportaba a los cadáveres, es suficiente para que se haga un nudo en la garganta.
Los sobrevivientes narran que los soldados alemanes no se atrevían a bajar solos a ese sótano que llegó a rebasar la capacidad de los nazis para realizar autopsias y experimentos, y siempre buscaban que algún prisionero los acompañara a ese salón blanco que seguramente olía a putrefacción.
Según los archivos, unos 140,000 prisioneros fueron recluidos en Sachsenhausen. Inicialmente este campo fue destinado a presos políticos, pero también judíos, gitanos, homosexuales y hasta testigos de Jehová formaron parte de sus filas. En ese enero de 1945 quedaban unos 65,000, de ellos 13,000 eran mujeres.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Sachsenhausen siguió funcionando como un lugar de muerte, donde se encarceló a presos políticos, militares y funcionarios nazis, muchos de los cuales murieron de hambre o enfermos.
Aunque la terrible realidad de la Segunda Guerra ha pretendido retratarse en numerosas películas y documentos, personalmente creo que visitar lo que fue un campo de concentración cambia por completo la visión de este desolador periodo de la historia. Sentir el frío y la tristeza encerrados en lo que parecerían unas simples paredes blancas, me ayudó a imaginar un poco mejor la aflicción de esos miles de personas. Y digo “imaginar” porque, para quienes no estuvimos ahí, nada puede siquiera acercarnos a ese sufrimiento que todavía hoy enluta a la humanidad.
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